«El impulso nómada» en Librújula

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JORDI ESTEVA, IMPULSO Y FASCINACIÓN En “El impulso nómada” (Galaxia Gutenberg) nos cuenta, como si se contara a sí mismo, lo sucedido en su interior desde que en su infancia se quedó prendado de los lugares exóticos que veían en los libros ilustrados de viajes y los pies se le pusieron andarines. TEXTO ANTONIO ITURBE FOTOS CEDIDAS POR JORDI ESTEVA

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ordi Esteva, atrapado de pequeño por los libros de maravillas del mundo que mostraban un Oriente misterioso, ha dedicado su vida a perseguir esos mundos desaparecidos o al filo de la desaparición o, simplemente, soñados. En Los árabes del mar nos llevó al Mar Rojo de las embarcaciones que los monzones impulsaban en busca de especias, sedas y marfiles. Ahí seguíamos sus pasos —él habla árabe y nunca rechaza una invitación de cualquiera que se muestre amigable— en las noches de Jartum, la perezosa Port Sudán, el hipnótico puerto del Yemen, Omán, Mombasa, Lamu, Zanzíbar… En su libro Los oasis de Egipto nos mostraba la vida cotidiana de esas islas verdes en medio de la arena donde el tiempo parecía haberse detenido con oficios tradicionales y una confiada hospitalidad al viajero. Socotra, la isla de los genios (libro y película documental) es el resultado de años de trámites burocráticos y de cultivar amistades para llegar a la inaccesible isla de Socotra, a 400 kilómetros de las costas de Arabia, poblada de árboles del incienso y la mirra, para sentarse en una cueva de unos pastores alrededor del fuego y escuchar historias de yins y espíritus en la ya casi extinguida lengua socotrí. Se fue, y nos llevó con él, al África más profunda en Viaje al país de las almas y las películas que surgieron de esas indagaciones: Komián y Retorno al país de las almas, donde podíamos asistir a asombrosas ceremonias animistas como uno más de los iniciados. Lo que diferencia su obra es que no son libros de viajes de alguien que pasa por allí o se va quince días de vacaciones. Él va a los sitios a quedarse, a hacer amigos verdaderos, a formar parte del lugar, a ser parte del paisaje. El paisaje de sus libros está compuesto de

interiores de jaimas, teteras que hierven, confidencias, viajes sin horarios, desconocidos que dejan de serlo, relatos junto a una fogata, noches a la intemperie, curiosidad por todo lo que se mueve y lo que está quieto. Su narración tiene esa mirada del niño dispuesto a asombrarse con las cosas que nunca le han abandonado, que sigue teniendo en esta mañana en Barcelona bajo el sombrero divertido, el pañuelo coqueto y la sahariana azul de eterno viajero. En su nuevo libro, El impulso nómada, nos cuenta el origen de todo ese deambular: su niñez, su adolescencia en una familia de la pequeña burguesía catalana durante el franquismo, la angustia de descubrir que su sexualidad no es la que conviene y ese afán de cambiar la vida gris que lo rodea por la maravilla de esos libros que muestran estampas asombrosas de Oriente. Nos lleva con él en ese viaje iniciático con otros amigos rebeldes de buenas familias que llenan el tanque de gasolina en Barcelona y ponen rumbo a la India: “No queríamos hacer planes ni especular con el futuro. Solo queríamos vivir siguiendo nuestros impulsos”. Un viaje con decepciones y descubrimientos. Por su empeño, El Cairo se convierte en su casa durante cinco años y nos cuenta sus planes para comprarse una casita en un oasis de Egipto y quedarse allí para siempre. Pero los sueños son frágiles y pueden hacerse añicos. Su tiempo en Egipto se terminó bruscamente, vale la pena leerlo. También nos cuenta su regreso, años después, en ese viaje imposible que es intentar regresar a donde fuimos felices. Nos acerca a lugares y gentes maravillosas, siempre a ras de suelo, siempre compasivo con la gente sencilla, siempre atento a la magia de los pequeños momentos cotidianos. ENTREVISTA 43


Cuando le pido a Jordi Esteva que nos veamos para conversar me responde que está en Creta. En cuanto pone pie en Barcelona nos citamos en el centro de la ciudad. Él vive hace años en su guarida del Ampurdán, entre gatos, archivadores atestados de materiales de sus viajes, máscaras africanas y fotografías en blanco y negro. Me dice que en la ciudad está lo justo, que está muy bien en su pueblo. Y hablamos de ese impulso nómada. Al principio de El impulso nómada nos dices: “No he traicionado mis sueños”. Pero ¿a qué precio? El precio es una soledad, pero iba todo en el pack. Pertenecía a una pequeña burguesía o clase media alta, típica familia bien catalana de la Plaza Molina. Era un mundo que detestaba: la religión, los amigos que me querían imponer hijos de amigos burgueses. Detestaba incluso a la propia familia. Sentía una gran rebeldía. En el colegio sufrí bullying porque era un niño muy reservado, en mis cosas. El diferente siempre es más machacado. Me he criado con mujeres; mi padre llegaba tarde, me daba un beso de buenas noches y listo. Me he criado con mi madre, con mi abuela, con las muchachas que trabajaban en casa y mis hermanas. Un mundo femenino. Supongo que debía ser bastante afeminado, o quizá no, pero en el colegio se metían conmigo. Incluso los curas, porque yo hubo un momento en que dejé de creer y en público me decían con desprecio: “¡Qué poco católico que es usted!”. Nos cuentas las tribulaciones que te trajo darte cuenta de que te atraía más el musculoso herrero del pueblo, con su torso poderoso, que las chicas monas… ¿Era chungo en aquellos años? Muy chungo. Y yo llevaba dentro de mí al propio represor. Hasta que llegó un momento en que era absurdo, porque no puedes ir en contra de tu propia naturaleza, y se lo conté a mi padre muy pronto. Pero en estas familias burguesas lo que hacen es tratar de encauzarte, en mi caso con un médico psiquiatra. Se preocupaban del bien material, del bien físico, pero no se preocupaban de saber qué estaba pasando en la mente de un chico. Les daba igual lo que pensaras, lo importante era que tú hicieras aquello que habían previsto para ti. Las hijas podían estudiar alguna cosa light, pero lo importante era casarlas, casarlas bien. Si eras un chico, seguir con los negocios del padre. Yo no quería saber absolutamente nada de todo eso. Y ahí explota esa pulsión de irte lejos. En ningún momento vistes El impulso nómada Jordi Esteva Galaxia Gutenberg 400 págs. 19,50 €.

tu viaje a la India cruzando Europa y Oriente con ninguna retórica, ni siquiera hippie. Dices: “No queríamos cambiar el mundo, queríamos cambiar nuestras vidas”. Era así. En vuestros círculos hubo gente que os tildaba de escapistas e inmaduros. Nos decían: “Podéis viajar porque tenéis dinero”, “Es de pijos viajar a la India con lo que está pasando aquí”. Para mí no era una pijada recorrer toda esa ristra de países muy conflictivos en los años 1970 con un coche que se estropeaba todo el tiempo, durmiendo a la intemperie, atravesando países muy inestables, sufriendo problemas con las autoridades como cuento en el libro, y con riesgos de violación e incluso asesinato, con el tráfico de heroína en Afganistán… No era un paseíllo, no eran unas vacaciones en Mikonos. Siempre he sido muy crítico con la burbuja de felicidad burguesa. Tengo una edad en la que no tengo por qué ocultar nada, ¿por qué voy a ocultar que teníamos dos chachas en la casa si era así? Si hay algún resentido que diga: “¡Este tío es un pijo!”, pues yo digo, como Jesucristo: “Por sus hechos los conoceréis”. Que me hable de las películas que he hecho y de los libros que he escrito. ¿Cómo vivía la juventud de tu círculo esa última etapa de la dictadura? En la época de Franco tenías que definirte, o a mí me ocurrió. Mis amigos en la facultad eran de Bandera Roja, marxistas. Íbamos a reuniones acaloradas. También había toda la explosión contracultural de Bob Dylan, Morrison, Jimi Hendrix. Había actos de rebeldía, incluso nihilistas. Eran placas tectónicas que rozaban en constante fricción, y con mi amigo Paco Escudé decidimos no seguir las consignas entre el pasotismo y los castillos en el aire de los anarquistas o el dirigismo de los marxistas; optamos por seguir nuestro propio camino. ¿Sabías lo que buscabas? Yo buscaba un mundo exótico. Lo exótico es lo desconocido, porque cuando llegas a conocerlo deja de ser exótico. Cuando empiezas a conocer a la gente y vives con la gente y conoces sus problemas desaparece ese orientalismo exótico, pero surge una cosa mucho más bonita: una comprensión profunda de las cosas. No sabía lo que buscaba, pero quería salir de esa grisura de Barcelona de la familia, del franquismo, quería huir y reencontrar mis sueños, porque viajar ha sido buscar los sueños de infancia, de las imágenes que me

En las estepas de Irán: Xefo Guasch, Jordi Esteva y Paco Escudé (foto: Carlos Mir).

fascinaban en los libros de geografía y las películas fantasiosas. Esa sensación de querer meterme en la lámina de un libro como Las montañas de Persia, formar parte de eso. Sin embargo, la India, que parece el culmen de ese gran viaje de los años setenta, no te acaba de seducir. El viaje a la India era el gran tour de la época, influido por Ginsberg, el Siddharta de Herman Hesse… era la meta. Pero yo no buscaba lo mismo que mis otros amigos, a quienes les gustaba la filosofía hindú y Krishnamurti, no me interesaba, me aburría. A mí esa… ¡epifanía me parece una palabra muy cursi! Lo que llamó mi atención fue el mundo islámico. En Irán descubrí un mundo distinto, pero no tanto como la India, porque lo que era realmente distinto era el hinduismo, que es un esquema mental totalmente distinto al nuestro. Cuando llegué a la India, con aquel barroquismo, con todas aquellas ceremonias… desde luego que me gustaban, pero no me sentía identificado. ¿Lo consideras un viaje iniciático? Se ha abusado de la palabra “iniciático”, pero sí, porque es el viaje del que no regresas siendo el mismo. No fueron los santones del Himalaya los que lo consiguieron, sino esos baluchis armados que se mueven entre Pakistán, Irán y Afganistán.

Explicas en el libro que uno de esos sabios santones de la India le dice a tu amigo Josep Pasqual, deseoso de hallar allí la iluminación, que se vuelva a los supermercados de Occidente, y él regresa desmoralizado, te cuenta que “la existencia no tiene sentido ninguno”. Había gente, como mi amigo Paco, que ansiaba encontrar respuestas. Y no hay respuestas, todo es un gran sinsentido. En la vida todo nos resulta dificilísimo, pero en realidad, ¿qué más da? ¡Si cualquier día nos morimos y se ha acabado todo! Pero hay gente que tiene necesidad de encontrar ese sentido. Pero tu obra es una búsqueda que indaga en lo que va más allá de lo material: las historias fantasiosas de espíritus en Socotra, las ceremonias de trance de la Mujer Pantera en Costa de Marfil… A mí me gusta la magia. Claro que hay una búsqueda, pero no es una búsqueda externa, sino de lo que uno lleva dentro. No buscar a un gurú. En el libro en algún momento rememoro a Van Morrison: “No guru, no master, no teacher”. Yo no andaba buscando unas iluminaciones o unas lecturas que me cambiaran, pero sí he ido buscando una trascendencia y, sobre todo, la magia. Porque para mí, si las cosas no tienen magia, no valen la pena. Siempre he buscado el misterio, pero no las respuestas, no un manual de autoayuda de aeropuerto. JORDI ESTEVA 45


Lo de la iluminación lo miras con prevención, incluso con ironía. Explicas el caso de ese amigo o conocido de Barcelona que en la India tiene una especie de iluminación y se pasa el día meditando en un barco donde se ha instalado. Lo vais a visitar y no os hace ni puñetero caso, os trata con desdén. ¿La meditación hace que te desapegues de todo o es que no garantiza que seas mejor persona? Creo que es una impostura. En el libro se llama Javier porque le he cambiado el nombre y no tengo ganas de polémica. Al cabo de dos horas de espera, como si estuviéramos pidiendo una audiencia con el Dalái Lama, pues nos largamos con una familia sencilla que vivía cerca mucho más hospitalaria. Escribes en el libro sobre un tiempo que pasas en un lugar maravilloso: “Era un paraíso, por lo tanto no tardé en aburrirme”. ¿Te va la marcha? ¡Pues sí! Eran unas islas con un agua preciosa, pero necesitaba esa fricción, ese mundo musulmán más conflictivo, más recio. ¡Esa reciedumbre del herrero de las fantasías eróticas de tu infancia! A veces la gente busca en el viaje un componente sexual. Lograr algo no logrado. El erotismo mueve, desde luego. No me interesan tanto Vietnam o Camboya y, si me haces ir un poco más para allá… es que no me erotiza la gente, ni los hombres ni las mujeres. En cambio, en Irán o Afganistán… ¡son tan interesantes los hombres y las mujeres! Te interesan las personas incluso más que el paisaje. Cuando te instalas en El Cairo no nos hablas de las pirámides, sino de las tertulias en ciertos cafés, de visitar fumaderos de droga en barrios suburbiales donde acuden un ratito hasta los policías de ronda… Me interesaba El Cairo del momento. Me interesa mucho la egiptología, pero yo no fui a Egipto por los faraones, sino por la gente. No hacía mucho que había muerto Nasser y El Cairo era el Nueva York del mundo árabe. Enseguida me fascinó esa bonhomía y esa hospitalidad del carácter egipcio. También la cultura que había en esos momentos. Mi hermana Isabel me dice: “Siempre acabas con lo peor, que es lo mejor. Acabas con gente medio lumpen, o metida en rollos políticos”. Y así fue en Egipto. Mis grandes amigos me contaban sus cosas de la resistencia política y me interesó mucho, pero también me hablaban de sus familias y sus histo-

ENTREVISTA 46

En Benarés, 1973 (Foto: Paco Escudé).

rias, tan distintas a la mía, trágicas a veces, y para mí era maravilloso todo eso. Nada más llegar, los oasis, tan alejados de la vida urbana de El Cairo, te cautivaron por su sencillez. Caíste enfermo y leías el Quijote. Tuviste que irte a miles de kilómetros para regresar a los símbolos de la hispanidad… Hice acopio de libros en el centro cultural español de El Cairo dirigido por Adrián Rodríguez, un personaje maravilloso. Esas lecturas del género picaresco me habían aburrido en el colegio, pero ese costumbrismo lo estaba viviendo ahí. España tiene una herencia musulmana y judía muy fuertes. El mundo mediterráneo es el mismo. Lo que estaba viviendo en aquellos oasis no era exótico, sino que estaba en mi interior, era algo cercano pero del pasado. Hacer pan en la tahona, mirar los frutos de un vergel… esas cosas tan sencillas y tan importantes. Se necesita muy poca cosa para sentirse feliz. Y yo allí lo era. Pero ya percibías los primeros síntomas del contagio vírico de la occidentalización y “la publicidad les crearía necesidades superficiales e inalcanzables llevándolos a la frustración”. En un suplemento de periódico lees un titular del tipo: “Descubrimos la última playa virgen del Mediterráneo”. ¡Pues no lo cuentes! Y entonces me daba por pensar: si escribo sobre este lugar, ¿no lo estaré jodiendo? ¿No contribuiré a la llegada de esas hordas que lo destruirán? Pero luego pensé que no. Estaba hablando de un lugar fuera del tiempo, de unas

Su amigo Mohamed Seif.

vivencias irrepetibles. Los oasis han ido desapareciendo: ya no se hacen casas de adobe sino de ladrillo feo y las antiguas se están desmoronando, la gente ya no va vestida como antes con las túnicas, sino con ropas chinas, el silencio solo lo rompía el cloc-cloc de las norias de agua, pero ahora hay motores sonando todo el tiempo. Ha cambiado todo tanto que lo que yo escribo preserva una memoria, porque para bien o para mal en aquellos años a nadie se le ocurría documentarlo. El impulso nómada te llevó a escapar de la Barcelona de la dictadura, cruzar medio mundo, llegar a la India, fascinarte con Sudán, trabajar en El Cairo, buscar una casa en los oasis… Pero ahora miras las cosas desde una casita en el Ampurdán. ¿Ese impulso permanece? El impulso nómada eran las ganas de desaparecer, de dejarlo todo, reinventarme y salir de esta coraza, de las capas de cebolla que te van poniendo encima. Ir a un lugar donde pudiera ser yo mismo. Lo conseguí, lo que pasa es que la libertad dura bien poco: ahí están explicados los problemas que tuve con la policía egipcia. Ese impulso nómada que se fue alimentando y creciendo, se cortó bruscamente. Después ya era ir a buscar intereses y fascinaciones de juventud, pero en los oasis eso era mi forma de vivir, era mi vida. El impulso nómada se hizo añicos, como en el cuento de la lechera, mientras estaba soñando. ¡En el cuento de la lechera se vierte la leche y no queda nada, pero a ti te ha quedado mucho de todas esas vivencias!

En Les Gavarres (foto de Ana Milá).

Todo lo que ocurrió en Egipto ha sido fundamental. Se dice que la patria del escritor es la infancia y es verdad. En el libro hablo de mi infancia y es una materia muy fecunda para un artista. Pero en mi caso, veinte años después me fui a Egipto y todo lo que viví allí ha sido materia de escritura. Pasé allí una segunda infancia y ha sido también una patria literaria. Todo lo que he hecho después ha venido condicionado por lo vivido en los oasis: mis ganas de volver a buscar a los árabes del mar, adentrarme en África… Y la mítica isla de Socotra que visitó Simbad, donde dices que culminan tus sueños. Pero, si uno se queda uno sin sueños ¿qué hace? ¡Volver a soñar! Es lo que hago ahora, reescribiendo mis sueños. Como estoy algo perezoso tras las pandemias y el mundo se ha vuelto más homogéneo y menos interesante, estoy redescubriendo materiales en los archivadores. A los países que me fascinaban no puedo ir porque están hechos un desastre: Afganistán, Irak, Sudán, Yemen, que está fatal… así que en este momento estoy revisando cosas que ya he hecho, que es una manera de volver a viajar, y me lo estoy pasando muy bien. También estoy preparando una exposición grande de El impulso nómada en la Fundación Vila Casas, en el Palau Solterra, con fotos de trabajos pero también fotos íntimas. Y regresaré al trabajo sobre el animismo africano, porque después del libro publicado en Pre-Textos he vuelto varias veces y hay material nuevo, así que me gustaría reeditarlo, y eso lleva tiempo y dedicación. l JORDI ESTEVA 47


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