Narrativa 2012

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Suena la campana que da inicio al primer asalto y ambos se dirigen nuevamente al centro del ring para comenzar la pelea. Baila uno alrededor del otro moviendo sin parar los pies, parece una coreografía ensayada. Tras un par de minutos titubeantes, el potro lanza un derechazo que impacta en el estómago de Whitaker, haciéndole retroceder unos pasos. Vuelven a colocarse en el centro y nuevamente intercambian sus miradas, pero por la rectitud de sus rostros da la impresión que ninguno de ellos tenga ya ganas de seguir bailando. Mi padre apaga el cigarrillo, después sonríe y por último dice: ––A este chico no hay quién le pare. Pero justo un instante después de pronunciar aquellas palabras, descubre que no son ciertas. El segundo asalto comienza con el boxeador americano llevando la iniciativa, gira alrededor del púgil español, golpeándole continuamente en la cabeza, en el torso, en los brazos… como el inagotable tic-tac de un reloj. Y es a partir del segundo asalto cuando mi padre deja de sonreír. El combate se decide a los puntos. Gana Whitaker y perdemos todos los que nos hemos levantado de madrugada, pensando que estábamos a punto de asistir a uno de esos acontecimientos que quedan grabados en la memoria para siempre. Mi padre se levanta y sale a la terraza sin decir nada. Se enciende otro cigarrillo y fuma pausadamente con los codos apoyados en la barandilla. Salgo y me coloco a su lado. Le miro. Son casi las cuatro de la madrugada. ––No ha peleado mal ––le digo. ––No, no ha peleado mal ––dice él. ––Quizá haya revancha ––digo. ––Es posible. Da una larga calada y lanza el cigarrillo al vacío. Miro la colilla precipitándose contra el suelo y me parece una luciérnaga, o una linterna diminuta.

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