como… Un chico y una chica están tumb… Están teniendo una… están… decía, y abrazaba imaginariamente a alguien poniendo paralíticos los brazos. Follando, Pepe, terminé yo la frase. Sí, eso, follando, admitió con su cara de cera de un rojo reluciente, como una manzana de cera de expositor. Eso era concluyente. Pepe había cumplido pena de cárcel por violación, o como poco por abusos sexuales, y yo me estaba pasando de lista recordándoselo. Una noche después de los ensayos me preguntó con su amabilidad habitual dónde vivía, él iba en la misma dirección, había que hacer grupo. Me negué a ensayar la escena de desnudo con Pepe delante y convencí a Patri para que se uniera a mi renuncia. Todavía no conocía a Patri y la trataba con distancias porque me parecía demasiado alocada, pero en esto hicimos piña. Teníamos a medio preparar una propuesta en la que ella y yo nos retábamos a desnudarnos a ritmo de clavicordio de Bach, sin sensualidades de ningún tipo pero desnudarnos al fin y al cabo. No le explicamos a Sara nuestros recelos violadores por precaución, porque Pepe estaba dando muestras de hinchamiento de pelotas violadoras y Sara no iba a consentir tener a dos actrices incomodadas por un tío al que no se le escucha en tercera fila, con lo cual iba a echarlo del grupo y yo ya estaba imaginándome a Pepe preguntándome otra vez dónde vivía; pero sobre todo Sara no iba a consentirme una pequeña crueldad. En lugar de ensayar el desnudo la tarde que nos correspondía llevé otra propuesta. Hamletada lo llamé para mis adentros. Seleccioné un fragmento de Piazza d´Italia de Antonio Tabucchi, el número 28, Por amor retroactivo. En ese fragmento Garibaldo regresa de América a su pueblo natal en Italia, un pueblo costero, es la posguerra mundial y su amor de juventud, Esperia, lo espera desde hace diez años en una casa de la playa. Esperia había sido novia de los hermanos de Garibaldo y Garibaldo acabó por gustarle también, y viceversa, inercias familiares de éstas de Tabucchi, pero Garibaldo y Esperia nunca han sido novios, ni se han besado ni se han acostado ni nada, pero se han estado escribiendo cartas de amor y reproches todos esos años. Hasta que llega Garibaldo a la casa de la playa y se produce el siguiente diálogo: ––Siempre te he querido –– dijo Garibaldo mirando al suelo para evitar aquellos ojos que escrutaban su rostro. ––Soy demasiado vieja para ti ––murmuró Esperia.
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