Narrativa 2012

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de hacernos hablar, es casi un interrogatorio, es un interrogatorio además entre desconocidos que aprovechan el anonimato para hablar estupendamente, selectivamente, seductoramente, y una conversación así no vale nada, vale lo que vale un testimonio obtenido mediante tortura, y lo peor de todo es que es aburridísimo. Ahora sé, porque me lo demostraron en el trascurso de los ensayos, que en ese momento me gané recelosos como Borja y el propio Pepe, pero también desperté simpatías inmediatas como la de Ahmed, que la hizo explícita saliendo sutilmente en mi defensa. Pero para chula, chula mi pirula, pensó Sara, y contratacó abiertamente ofendida: que yo con mi postura corporal, repantigada en la silla, haciendo gala de mis botas militares y con la cabeza apoyada en el puño ya estaba hablando más que ninguno de los presentes que hablaban demasiado, empezando por ella misma, que era quien más había hablado con diferencia, y que me agradecía mi interés por querer dotar a la conversación de la altura moral y crítica de la que carecía pero que no lo necesitaba, que de hecho mi brillante intervención había valido por las siete anteriores y ya no necesitaba escucharme más. Así me calló la boca y me provocó las ganas de llorar, que me aguanté hasta la hora de la pausa. Entonces me acerqué a ella llorando y poniéndole excusas falsas para justificar lo inapropiado de mi intervención, que había tenido un mal día en la universidad, que allí también le había dado una mala contestación a un profesor, que perdón, Sara, perdón, aunque la realidad era que yo no me arrepentía lo más mínimo de mis palabras, yo seguía convencida de mis palabras y de que mis compañeros eran una manada de tontitos, pero me daba igual porque yo quería hacer teatro con Sara Molina, yo quería trabajar con Sara Molina. Pepe sudaba como un cerdo, tenía piel de cera y ojos azules saltones, y una media melena que empezaba a clarearle por la coronilla. Era un gordo que estaba adelgazando a toda velocidad, es decir un flaco blandengue. Nada más llegar nos daba dos besos a las chicas y a los chicos la mano, y ya tenía la cara y las manos empapadas de un sudor de agua, diluido, sin olor de lo desodorado que venía. Por entonces yo tenía el pelo muy largo y me hacía una trenza, y en una ocasión estábamos haciendo un ejercicio por parejas, algo parecido a la lucha libre que consistía en tirar al otro al suelo, y a mí me tocó con Pepe. Se puso a juguetear con mi trenza, a tironearme y a tratar de deshacerla, y en una de esas me pasa el final de la trenza por la cara y me susurra estos pelitos pueden ser muy excitantes en según qué

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