Narrativa 2012

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eternidad, y eso es optimismo. A lo mejor la realidad es precisamente Juan porque lejos de Juan yo no me encuentro, lejos de Juan yo no me pienso luego yo no me existo, posible colofón. O será simplemente una cuestión de calidad, que con Juan existo mejor porque hay conciencia, porque alcanzo las palabras y ellas me alcanzan a mí y los silencios lo mismo, los alcanzo y me alcanzan. Echo cuentas y yo he estado junto a Juan en total catorce días o dieciséis y entonces qué, he existido dieciséis días en veinticinco años. Exagero, no me hagáis caso, es que se acaba de ir, es que acaba de pasar aquí un par de noches y me ha recordado la precariedad en la que vivo, no sé si él, él también, lo sospecho, bueno lo sé, pero a mí me preocupa la precariedad mía, bueno la suya también un poco. Y no es que me preocupe, es que me pregunto si será esto siempre así, unos nervios de acero, una gimnasia antilocura que me lleva de la caja blanca en la que paso las mañanas a la caja negra en la que paso las tardes y las noches. La caja blanca es la habitación alquilada con una mesa y una silla y un ordenador adonde voy todas las mañanas a escribir, y la caja negra es este escenario con la escenografía de Beckett. Precariedad porque las cajas están hechas de artificio y de ellas sale artificio y yo soy un ser esencialmente artificial, artificial como contrapuesto a natural, y yo formo parte de esta compañía porque aseveramos la patraña que es la naturalidad, casi casi la patraña que es la naturaleza, que es la repetición, que es la duración, que es la realidad, porque nada de eso lo has creado tú y nada de lo que tú no has creado existe, para existir hay que construirse una caja y meterse en ella, la última caja es la de pino, única existencia real y natural, posible colofón. Me acaban de llamar los del departamento de asesoría jurídica de Repsol para decirme que no me cogen porque no he pasado los psicotécnicos y yo pienso normal, cómo cojones voy a pasar los psicotécnicos si me paso la vida entre la caja blanca y la caja negra. Entonces concluyo que la precariedad hasta se me da bien, la del dinero y la otra, concluyo que estoy condenada y bueno, descubrirlo no me indulta, más bien me condena doblemente, pero por lo menos lo sé, yo lo sé y Juan Bonilla no lo sabe.

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