Narrativa 2012

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No, no es mala idea ––digo yo. El fotógrafo termina su trabajo, guarda la cámara en una pequeña bolsa negra acolchada y se la cuelga del hombro. Mi padre se levanta y se asoma a la terraza. ––Se está poniendo el día muy oscuro ––nos dice. ––Entonces será mejor que te metas en casa ––le dice mi madre––, que el cielo no te vea. ––¿Y se puede saber el motivo por el que no le puede ver el cielo? ––le pregunto yo. –– Porque si le ve vestido para una boda seguro que rompe a llover ––me contesta. Y después de decir aquello, y aunque todos somos conscientes de la inexistente teoría en la que se cimientan sus palabras, mi padre vuelve al salón y corre la cortina para que de ese modo no podamos ver el cielo, ni éste pueda vernos a nosotros.

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Es una iglesia pequeña, el cura también es bastante pequeño. A su espalda hay una figura de Cristo, está callado, muy quieto, crucificado; contemplándonos a todos desde lo alto. Mi hermana y su prometido están de pie, con los ojos muy abiertos, mirando al cura mientras éste les habla de los pecados, del amor eterno y de la lealtad. Yo estoy sentado junto a mi madre, en primera fila, en un incómodo banco de madera. La ceremonia trascurre con normalidad. Los novios se juran amor para el resto de la eternidad, después se besan y por último abandonan la iglesia rumbo a la puerta en la que esperan un puñado de invitados armados con granos de arroz.

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