Narrativa 2012

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Lo suben entre mi hermano y mi padre por las escaleras y lo colocan con cuidado en una esquina del salón, apoyado contra la pared. Mi madre arranca el precinto de una caja que contiene adornos navideños y comenzamos a llenarlo de bolas de colores, estrellas doradas y lucecitas que funcionan con corriente eléctrica y que se encienden y se apagan aleatoriamente. ––¿Podemos quedárnoslo? ––le pregunto a mi madre cuando terminamos de adornarlo. ––No, no podemos ––me dice ––. Mañana por la mañana lo tenemos que volver a dejar en la calle, además, ¿para qué queremos nosotros un árbol en casa? Nos quedamos los cinco de pie, mirando el abeto como idiotas. ––Pedid un deseo ––dice mi hermana. Y yo intento pensar, lo hago con todas mis fuerzas, pero no se me ocurre ninguno. Lo único que quiero es que aquel árbol repleto de adornos navideños pueda quedarse para siempre con nosotros, y que desembalemos todas nuestras pertenencias y los muebles y los cuadros y la ropa… y no tener que ir a ningún sitio; pero no tengo muy claro si aquello es un deseo, así que me quedo callado y, casi sin darme cuenta, me pongo a llorar. Mi madre me descubre con los ojos vidriosos. ––¿Qué te pasa? ––me pregunta. Y yo no tengo muy claro si todos los pensamientos que se agolpan en mi cabeza se pueden explicar, así que simplemente levanto la vista para mirarla y digo: ––Nada, que nunca antes había tenido un árbol de Navidad.

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