Narrativa 2012

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Y el tipo de la ventanilla sonríe, y Marina también y, por supuesto, yo también lo hago. Los tres conocemos a Cristiano Ronaldo. Sin hacernos más preguntas el vendedor decide dejarnos pasar sin pagar la entrada. Regresamos al hotel por otra calle empedrada. Nos cruzamos con una familia: padre, madre y niña de unos siete años. La niña juega con un caballo con alas. El caballo tiene unas pequeñas ruedas bajo las patas, y cuando lo pone en el suelo y las ruedas giran, las alas se baten en el aire. Me acerco a la niña y muy amablemente le pregunto si me dejaría usar su caballo para probarlo. La pequeña me mira aterrorizada. Sus padres también. Son chinos, o japoneses, o coreanos... el caso es que no conozco a ningún futbolista asiático, por lo que decido renunciar y continuar caminando. De repente comienza a llover. Nos paramos bajo el toldo de una cafetería y observamos la lluvia. Hay bastante gente cubriéndose del agua a nuestro alrededor. Una niña está en medio de la calle con un vaso de plástico en las manos. En menos de diez minutos el vaso se llena de agua. Llueve mucho. Marina me propone entrar en la cafetería, bajo cuyo toldo nos refugiamos, y tomar algo mientras cesa la lluvia. Entramos. Hay una mujer en la puerta. Es fea, pero viste el mismo uniforme que el resto de los empleados y eso consigue hacer que pase desapercibida. Nos da una tarjeta con un número. Nos explica que antes de marcharnos tenemos que entregársela para que de ese modo pueda cobrarnos, o al menos eso es lo que entendemos. Pedimos un plato combinado de huevos, croquetas y salchichas. La comida es extraña. Podía ser simplemente mala, pero además es extraña. La masa de las croquetas es marrón, y el relleno parece una mezcla de sobras de diferentes tipos de aves muertas. Le entregamos la tarjeta a la mujer de la entrada, pagamos y salimos.

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