Narrativa 2012

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Cualquier proceso cuyas fases no ven la luz suscita habladurías. Lo que se oculta es inmediatamente sospechoso, y las hipótesis sobre lo que acontece entre bastidores suelen ver la botella ética medio vacía. La rumorología sobre los premios siempre se decanta por la creencia de que están amañados. Es común escuchar, o leer en foros, que por culpa de ese trapicheo entre los miembros del jurado y sus protegidos se quedan en el cajón obras de mayor mérito que las que se reparten el pastel. Se trata de una afirmación reconfortante: nos encanta pensar que los causantes de nuestros fracasos son los demás. Desde 2006 he sido jurado y prejurado de diversos premios modestos de narrativa joven, y puedo dar fe de dos cosas. La primera es que siempre se ha respetado la preselección del jurado y el anonimato de las obras, y la segunda es que la mayor parte de las ficciones que se presentan a estos concursos distan mucho de ser obras maestras. Es más: en alguna ocasión, los miembros del jurado hemos tenido dificultades para seleccionar las obras ganadoras, pues no había ninguna que lo mereciera. Cuando esto ocurre, lo que ha de dirimirse es una cuestión ética: ¿es mejor, a pesar de todo, entregar ese dinero a un joven que probablemente lo necesita, o resulta contraproducente transmitirle, a través del premio, el mentiroso mensaje de que su obra está bien? Ante la disyuntiva se suele optar por el aristotélico punto medio: declarar desierto el primer premio, y entregar los accésits. Doy este rodeo porque es la primera vez que me topo con un manuscrito que sin duda alguna no sólo merece ganar, sino también ser publicado en alguna editorial que procure visibilidad. Aunque en otros concursos han caído en mis manos obras que demostraban solvencia, Los combatientes, de la granadina Cristina García Morales, ha supuesto mi bautizo como descubridora de una voz y de una escritura perteneciente a una vocación literaria que comienza a cumplirse de la mejor forma. Inteligente, humorística, seria y lúdica,

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