La clausula piensalo bien ante mirian g blanco

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desapercibida entre aquella variedad de distintas firmas de ropa, ¡era de locos! Caminó con «seguridad» hacia la zona de los ascensores. Apretó todos los botones, esperanzada de que alguno le abriera las puertas para subir al cielo, como ella lo definió el primer día, hasta que una mera conversación con Tyler hizo rectificar sus palabras. ¡Ella se dirigía al mismísimo infierno! —Mierda… —murmuró por lo bajo cuando la anterior recepcionista la observó a lo lejos. Su respiración se agitó al ver cómo la mujer gesticulaba con sus brazos hacia ella cuando un par de «gorilas» caminaron en su dirección con cara de muy pocos amigos—. ¡Joder! Melisa corrió hacia la puerta de las escaleras, sabiendo la larga y sofocante subida que le esperaba. ¡Dios Santo! El despacho del director estaba en la última planta. ¡Genial! —¡Deténgase, señorita! —gritó uno de los seguritas cuando la puerta golpeó fuertemente contra la pared. Melisa no detuvo su ritmo. Subió las escaleras de dos en dos, sintiendo que le pesaban las piernas por el miedo. Nunca había sido una fanática del deporte pero ese día había hecho todo el ejercicio de su vida. —¡No! ¡Usted no tiene permiso para estar aquí! —chilló una histérica mujer cuando la morena apareció como una loca en la última planta. Melisa buscó un apoyo contra la pared, tratando de regalarle un poco de aire a sus afligidos pulmones. —No me hagas nada —sollozó una de las secretarias de Mccartney con sus manos en alto y sin dejar de gritar. Mely arrugó la frente, preguntándose si en serio tenía las pintas de ser una atracadora. ¡Ni siquiera tenía dinero para comprar una triste pistola de juguete! Ella corrió hacia el despacho de Tyler, sintiendo que le pisaban los talones. —¡Detente! —exigió el hombre, a punto de atraparla. —¡No! —gritó ella cuando abrió las puertas de par en par.


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