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El aire de los volcanes
Beatriz Meyer
Antes de abandonar Puebla para siempre, mi abuelo se llenó
la difteria o la neumonía se los llevaba uno por uno, convir-
los pulmones con el aire seco de la ciudad que, según sus tías,
tiendo la única habitación confortable de la pequeña casa en
era muy saludable porque bajaba de los volcanes. Manuel, mi
capilla ardiente. La última en morir fue Estela, de once años.
abuelo, era un niño de 8 años que tuvo que seguir a sus padres
La pulmonía se la llevó la noche en que un gran temblor casi
y hermanos a la ciudad de Xalapa. Él era el mayor, el primo-
hizo desaparecer las ciudades de Xalapa, Córdoba y Orizaba.
génito. La familia tomó el tren que los alejaría de Puebla para
Mi abuelo nunca regresó a Puebla. Con el tiempo se casó
seguir al padre, un hombre poco acostumbrado a quedarse
y se llevó a mi abuela a vivir a la ciudad de México y luego a
mucho tiempo en un solo sitio.
un pueblo caluroso y terrible de Morelos. Pero donde estuvie-
Purero de profesión, el trashumante señor Rodríguez, un
ra, durante las vacaciones escolares organizaba excursiones a
hombretón de casi dos metros de altura, se iba con todo y los
Tlamacas, en las faldas del Popo, para que nosotros, sus nie-
colchones de sus seis vástagos adonde lo mandara el viento.
tos, también nos llenáramos los pulmones del aire saludable y
En Xalapa nació el resto de la camada. Once hijos procreó
helado de los volcanes.
con doña Paula, mujer menuda y de grandes ojos azules que
Cuando murió, su larga agonía sólo concluyó cuando mi
veía el paisaje de paredes desconchadas de su nueva residencia
abuela lo tomó de las manos y le dijo: Mira, Manuel, allá. ¿Ves
con la misma tranquilidad con la que siempre vio el horizonte
dónde está el puente? Lueguito están los volcanes. ¿Los ves?
dominado por los volcanes de su tierra natal.
Espérame allá, luego te alcanzo.
En Xalapa, la familia se instaló en una casa pintada de verdín, fría y pequeña. En la estancia presidida por una estufa de hierro donde hervían los pucheros de doña Paula, los niños hacían la tarea, comían y quedaban tendidos cuando
Y mi abuelo partió, ahora sí, de regreso a casa.