Volcanes
Jorge Arturo Abascal Andrade
Forcejean amorosos, de sus cuerpos se desprenden centellas
Ensimismados, enmarañados, siguen combinándose amo-
que vuelan sobre la espalda de un instante y de ahí saltan a
rosos, mutuamente, gozándose plenos; hasta que un día ella
un risco; los brazos, sus brazos, a ratos recorren el sendero
empieza a desvanecerse, a mirarse hacia adentro, y emprende
sinuoso del otro, a ratos se detienen en la fronda sensual del
un necesario viaje hacia el interior de sí misma, al llegar a su
compañero –para ella–, de la compañera –para él– y entonces
centro queda dormida.
suspiran y esos suspiros se mezclan con el cielo y lo hacen más
Él se agita y tiembla, desesperanzado la mueve y su aliento
azul. Se miran y ríen y las risas mecen la tierra; se frotan los
se hace lumbre y su boca se vuelve hoguera, mira al cielo,
cuerpos y un quejido placentero brinca como flecha y acaricia
su mirada se extiende por los vientos todos, baja los ojos y
a una nube. Encuentran un ritmo que va y que va y que va
la ve, sabe que está acostada a su lado, lánguida y sinuosa,
y cuando se cansan viene, que reconforta, seduce y gusta, un
hermosa y pétrea como la eternidad que no se alcanza. No lo
ritmo que es respuesta y luna, un ritmo que es nube y agua,
dije, ella, la inmóvil, se llama Iztaccíhuatl, él, el abandonado,
origen y noche titubeante, árbol que se hace semilla y fuego
Popocatépetl.
que se vuelve lluvia, en ese ritmo existen y para él son.