Vida Abundante septiembre/octubre 2012

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Año Diacónico

Yo y mis “ratoncitos”

E

n el tiempo que llevo acá en Bielefeld he conocido a muchísima gente. Recuerdo los primeros días donde todas las caras eran nuevas, trataba de memorizar nombres y relacionarlos con las caras. Esas caras nuevas, se hicieron conocidas y ahora forman parte de lo cotidiano. Me siento contenida, acompañada y muy contenta en el círculo donde estoy. Mi trabajo principal es en el jardín de infantes. En mi grupo hay veinte chicos. Hay días en los que están felices, con ganas de hacer manualidades y otros en los que están caprichosos y no hacen caso. Pero siempre son fuente de alegría. A diferencia de los jardines de infantes de Argentina, acá los chicos no se dividen en grupos por edad. En el mío hay chicos de 3 a 5 años. Dentro del grupo, hay chicos que tienen problemas de integración, por diversas causas: uno de ellos tuvo cáncer de pequeño y tiene lesiones; una nena tiene problemas madurativos, se hace pis encima y no puede formular oraciones en orden correcto; otro es adoptado, y los otros dos tienen problemas para comunicarse y relacionarse. A menudo se manifiestan muy agresivos y necesitan que les presten atención, dedicación y, sobre todo, mucho cariño, que demuestro dibujando con ellos, leyéndoles cuentos, jugando, contándoles historias o cantando. Los más pequeños son los que más se me pegan, me llaman, se me tiran encima, me piden que los alce o que les cuente historias antes de ir a dormir la siesta. Una de las nenas con problemas de integración es criada solamente por la madre,

que es depresiva. A veces me quedo observándola. Tiene dificultad para relacionarse con los demás. No puede jugar en grupo o respetar reglas. Se mece cuando juega, se arrulla o se ríe cuando otro se lastima o sufre. Y siempre se pone mal cuando nadie quiere jugar con ella. Trato que me cuente sobre ella, qué es lo que hace, y que se exprese para entenderla mejor. Durante esas preguntas y respuestas, menciona muchísimo a la madre, que es su mejor amiga. Cuando se está con ella sola o un segundo chico puede ser tierna y bondadosa. ¡Y le falta tanto cariño! El otro día se lastimó la mano y para que se calmara le canté “Sana, sana… “ y un juego de palabras en alemán. Le encantó y me lo pide cada vez que me ve. En su carita se ve lo mucho que disfruta cuando tiene compañía. A veces me pide que le haga cosquillas en los pies o que le acaricie la panza. Cuando estamos afuera y veo que el momento es el apropiado la hamaco en una hamaca paraguaya, para que se relaje y le hago preguntas o le pido que me cuente de ella. Hace un par de semanas me

hizo unos dibujos. El último que me obsequió lo hicimos juntas. Yo dibujé su mano y ella la mía. La felicidad en su rostro mientras dibujábamos no tiene precio. Los niños dan ese cariño tan sincero que te encariñás, no importa cuántas macanas se manden. A su vez, me respetan más como “autoridad”, cosa que ayuda mucho a la hora de imponer orden. Con respecto a mi vida fuera de lo laboral, me encuentro con algunos de los jóvenes del grupo, con una de las maestras del jardín que tiene mi edad y también con Karen Liebrenz (otra voluntaria)

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que vive a 15 minutos con el tren. Ella es de Misiones y se formó una linda amistad. Es raro pensar que, cuando volvamos, la distancia para ir a visitarnos será tan grande! Los viernes al mediodía participo del almuerzo con la dueña de casa donde estoy viviendo y sus amigos. Rotan el lugar y siempre hay algo novedoso para comer. Cuando toque en mi casa nuevamente voy a cocinar algo argentino. Y cuando estoy sola leo libros en alemán para aprender metáforas e incorporar vocabulario, porque siento que me faltan palabras para dar mi opinión, cuando se generan debates en el grupo de jóvenes, por ejemplo. O voy a alguno de los tres parques que rodean mi casa, al lago que hay en uno de ellos y me siento en los bancos a tomar aire. Si hay sol, me siento en el jardín de casa. La experiencia y la oportunidad que me dieron son maravillosas y estoy muy contenta. Creo que en este poco tiempo aprendí muchas cosas mediante la participación y observación. Me alegro por todo lo que me queda por adelante. Andrea Janecki


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