Vida Abundante septiembre/octubre 2012

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©Biogenesis

mundo, de la vida y del hombre. Sin embargo, éstas prosiguen su curso en forma autónoma, ya que no se producen nuevas leyes cosmológicas ni biológicas. Lo que se conforma es una animación superior del conjunto de la vida. Pierre Teilhard de Chardin expresaba esto mediante el concepto de una cristogénesis inscripta dentro del proceso natural del universo (cosmogénesis), de la vida (biogénesis) y de la historia humana (noogénesis). En todo caso, la novedad cristológica afecta aspectos nucleares del vínculo humano con Dios y, en él, con el resto del universo. La misma expectativa escatológica no irrumpirá forzando el curso en el que universo y vida se mueven autónomamente.4 Como añadidura, el Nuevo Testamento afirma la existencia de un principio personal de vida en la historia que recuerda y actualiza la misión del Hijo: es el Espíritu Santo, “Señor y dador de vida” según la declaración del I Concilio de Constantinopla en el 381. A la tercera persona trinitaria se le apropió la misión ligada a la vida, en cuanto generadora de la novedad divina en la historia posterior a Cristo. Regreso post-teológico a la biotecnología No somos los creadores ni los dueños de la vida, sino el efecto de una creación evolutiva. Además, somos destinatarios de la Alianza, el objeto del amor con el que Dios “nos amó hasta el extremo” (Juan 13,3) de la encarnación y muerte (físicas, químicas, biológicas, humanas, ecológicas) de su Hijo y su posterior resurrección (homogénea y heterogénea con lo anterior). Somos también el objeto del diálogo y la animación del Espíritu de la Vida, quien opera nuevos senderos para la nueva Creación en lo que resta de la historia. El ser humano –creatura y co-creador- está en condiciones de provocar una modificación en el fenómeno de la vida. La ciencia y la tecnología aparecen como expresión de este don, y la Biotecnología como un caso particular del mismo. En este ámbito, tampoco los creyentes en Cristo nos diferenciamos del resto de los hombres y mujeres con quienes compartimos historia y planeta.5 Estamos inmersos en el mismo barco del planeta Tierra y su biósfera. La originalidad cristiana consiste en la posibilidad de percibir el sentido del conjunto de lo creado y de la nueva vida instaurada por Cristo en el seno de una vida que prosigue autónomamente su camino evolutivo. En este contexto hace falta formular un aporte a los caminos humanos de manejo de estas nuevas realidades.

Hace tiempo se ha instalado en la legislación internacional el principio precautorio que postula la obligación de suspender o cancelar actividades que amenacen el medio ambiente pese a que no existan pruebas científicas suficientes que vinculen tales actividades con el deterioro de aquél. El principio no es otra cosa que la clásica virtud cardinal de la prudencia aplicada a fenómenos complejos que requieren un alto grado de información proveniente de múltiples disciplinas. En todo caso, los creyentes, animados por una perspectiva del sentido de la Creación y de la misión humana en ella, deberíamos no sólo reflexionar más hondamente sobre la actividad biotecnológica, sino también colaborar activamente en la elaboración y aplicación de principios legales que pueden ayudar a generar una prudencia global sobre la modificación de la naturaleza y de la vida.

Notas: 1 Florio, Lucio, “El mensaje bíblico sobre la naturaleza. Nueva visión de la ecología”, en Levoratti, Armando (editor), Comentario Bíblico Latinoamericano, vol. Nuevo Testamento, ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 2003, pp. 97-101. 2 Al respecto, véase el pormenorizado estudio de Gerardo José Söding: “La novedad de Jesús. Realidad y lenguaje en proceso pascual” (Agape, Buenos Aires, 2012). La obra es el fruto de una tesis doctoral y contiene un pormenorizado estudio bíblico sobre la novedad en la Biblia. 3 Refiere a la cita anterior, 110. 4 Bollini, Claudio, “Evolución del Cosmos, ¿aniquilación o plenitud?”, Epifanía, Buenos Aires, 2009; Polkinghorne, John, “El Dios de la esperanza y el fin del mundo”, Epifanía, Buenos Aires, 2005. 5 Resulta interesante recordar el texto de la Epístola a Diogneto que, a fines del siglo II, recordaba que: “…los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. Porque no residen en alguna parte en ciudades suyas propias, ni usan una lengua distinta, ni practican alguna clase de vida extraordinaria” (Cap. V.). La Epístola destaca que, sin embargo, son como el alma al cuerpo (véase cap. VI).

La originalidad cristiana consiste en la posibilidad de percibir el sentido del conjunto de lo creado y de la nueva vida instaurada por Cristo.

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