Vida Abundante enero/febrero 2013

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El sentido de finitud de la historia, del tiempo y de los mismos recursos naturales conlleva a preguntarse por la continuidad de la existencia y por la necesidad de un cambio radical que provoque un reordenamiento del caos. se ha encargado de analizar la comprensión de la caducidad del tiempo y su injerencia existencial, así como la Sociología, el impacto de estos imaginarios en la construcción de sentidos sociales, políticos y económicos (recordemos, por ejemplo, la “ética protestante” de Max Weber). Estos sucesos no poseen estrictas raíces religiosas, son parte de los sentidos existenciales que emergen en el ser humano desde su percepción del tiempo y la historia, a través de su vivencia del contexto y vinculación con la misma Naturaleza. También se encuentra presente el cuestionamiento al mismo accionar humano, que va corroyendo su ambiente vital a través de acciones irresponsables. Por último, el sentido de finitud de la historia, del tiempo y de los mismos recursos naturales conlleva a preguntarse por la continuidad de la existencia y por la necesidad de un cambio radical que provoque un reordenamiento del caos. Las interpretaciones religiosas no están exentas de estas cosmovisiones: son, más bien, su resignificación desde una perspectiva teológica. Podríamos decir que esta serie de sucesos, sensaciones, sentidos y percepciones provienen de una frontera compartida: el reconocimiento de que la existencia tiene sus límites. Podemos mencionar

varios elementos al respecto. En primer lugar, la vulnerabilidad de la Naturaleza. Los desastres naturales incontrolables o los efectos de la violencia humana sobre el medio muestran que convivimos en un espacio sumamente sensible, en cuyos cambios y destrucción se juega la propia vida humana. En las sociedades occidentales, este sentido de riesgo ha aumentado aún más con el fuerte crecimiento de las economías industriales y el desplazamiento de los centros urbanos. En segundo lugar, la finitud de la historia y el tiempo. El destino no es un objeto que se adquiere, la historia posee sus propias dinámicas y lo que sucede en el transcurso de la vida es imposible de predecir. Tercero, los seres humanos no poseemos el control de la existencia. La vida, el medio, la historia, los procesos sociales, toman caminos propios que evidencian nuestra vulnerabilidad frente a sus movimientos inesperados. Por último, la existencia se encuentra vulnerada en las acciones contraproducentes y dañinas provenientes del egoísmo humano. Las consecuencias de los errores, defasajes y egoísmos humanos –en su acción con los demás y con la Naturaleza- es una sensación impresa en el propio camino de la vida. ¿Qué dice la Biblia? Sabemos que el texto bíblico también se hace eco de estas cosmovisiones, y de la misma forma ha sido preso de todo tipo de elucubraciones fantásticas sobre lo que sucederá en tiempos venideros. Pero al comprender estas perspectivas en su contexto y desde las características de la literatura de la época, nos ofrecen una mirada alternativa. En la tradición judeo-cristiana el fin del mundo puede entenderse como un horizonte utópico desde donde definir la historia. ¿Qué significa esto? Que los relatos sobre los sucesos del fin del mundo, la segunda venida etcétera -tanto en los Evangelios como en Apocalipsisse vinculan más bien con las vivencias de las comunidades de fe y las sociedades del momento con respecto a los límites de la existencia (principalmente los impuestos por el Imperio Romano) y la esperanza de ir más allá de ellos, que en trazar imágenes de acontecimientos fantásticos futuros. Existen dos elementos para reflexionar sobre estas perspectivas bíblicas. En primer lugar, Dios tiene la última palabra sobre lo que sucede en la historia. Sobre cómo será esa última palabra, no se dice nada, ni tampoco que ocurrirá en un momento determinado y de una forma específica. Más bien, se intenta afirmar que la historia es comandada por lo divino y que ella se proyecta en su trascendencia, por lo cual no puede moverse bajo el capricho de la

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