Vida Abundante noviembre/diciembre 2012

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Año Diacónico

Experiencias interculturales

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esde que estoy viviendo en Alemania tuve contacto con diferentes situaciones, realidades y personas. Al principio no entendía que me dijeran que donde estoy, Ruhrgebiet (la cuenca del Rhur), es un lugar peligroso y pobre. Pensaba: “si esto es pobreza, cómo será la riqueza”. A medida que fui viajando y conociendo, comprendí que sí, Rhurgebiet es un lugar peligroso y pobre. Hay niños en las calles jugando solos hasta la noche y, aunque tienen los recursos económicos suficientes, no es raro que tengan hambre porque sus padres no suelen cocinar en casa. Todos tienen celulares de último modelo, zapatillas, ropa nueva, golosinas, televisión y computadoras, pero sufren una pobreza afectiva importante y hay un culto enfermizo al bien material. Hay mucha inmigración turca y aunque la mayoría ya llevan dos o tres generaciones aquí, siguen autodenominándose turcos y tomando la cultura alemana como algo raro; hasta tienen problemas con el idioma. Esto genera malestar social. A menudo les va mal en el colegio y no acceden a un estudio universitario, lo que provoca que

tengan dificultades laborales y terminan cobrando el seguro de desempleo del Estado. Gelsenkirchen-Hassel es un pueblo minero con alto desempleo desde que cerraron las minas de carbón, que se importa de China. Hay gente que vive en la calle pidiendo limosna.

las personas de clase baja de acá y de Argentina: mal manejo del idioma, familias numerosas y emparentadas, tienen zapatillas y celulares caros, pero descuido en cuanto a salud. Los comentarios de los niños demuestran baja autoestima: “no puedo, no sirvo, soy tonto/a”.

A ciudades universitarias como Göttingen, Marburg, Heidelberg, etcétera se mudan cantidades de jóvenes para estudiar. La universidad es paga y no todos pueden ingresar a cursar lo que quieren; depende de las notas que hayan tenido en el colegio secundario y a qué tipo de colegio asistieron. Compatibilizar el estudio y el trabajo es, como en muchos otros lugares del mundo, difícil. Es muy común que los estudiantes compartan el alquiler entre varios. Visité algunas de estas viviendas (Wohngemeinschaft) y siempre encontré buena voluntad y buen ambiente para el estudio. No me tocó todavía relacionarme con gente de alto poder adquisitivo, sino de clase media, clase baja y estudiantes. Encuentro similitudes entre

La interacción es agresiva y las nenas cuidan a los hermanitos más chiquitos. No se acostumbra a tener servicio de mucama con cama adentro y en contadas ocasiones se contrata una empleada doméstica. Pocas veces escuché gente hablando de política o de la sociedad. Gente joven, sólo en una oportunidad. Veo, sobre todo en la gente joven, un conformismo social y político preocupante. Cuando ocurrió el golpe constitucional de Paraguay quise hablarlo y la respuesta que recibí fue indiferencia. Cuando pienso en Argentina, me viene a la cabeza el orgullo. Podés quejarte de muchas cosas y sentir la necesidad de irte lejos porque te sentís frustrado de tanto intentar y no conseguir, de tantas injusticias sociales. Pero desde la distancia pienso en las ganas de la

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gente, el espíritu soñador de los jóvenes que acá está casi perdido, la convicción por los ideales, la solidaridad, la pasión que se le pone a la vida y a lo que se ama hacer, la felicidad a pesar de todo. Todavía reímos sin motivos y no es raro, todavía cantamos a los gritos sin importar lo que piense el vecino, todavía bailamos hasta que salga el sol, olvidando los problemas y sin pensar en mañana. Por todas estas cosas es que siento orgullo al pensar en mi país. Pero cuando recuerdo a los pueblos originarios sufriendo el desmonte, el no tener nada propio, ni siquiera el idioma. O en los chicos de la calle, en las redes de trata, en la destrucción de la Tierra, la explotación, la violencia de género, el acoso callejero constante, en los bebés nacidos con deformaciones porque sus madres viven entre la basura… siento como que me estrujaran el corazón. Cuando cuento estas cosas, no me entienden. Me da tristeza que muchas personas aquí no sepan la suerte que tienen de, por ejemplo, no sufrir hambre. A eso llamo conformismo. Siento que estoy aprendiendo mucho de las experiencias que me toca vivir y de la gente con la que me relaciono. Cuando regreso de estar un tiempo afuera siento en el aire el olor de las ortigas y la tierra húmeda mezclado con la bosta de vaca y sé que estoy en casa. Siempre que sienta un olor así, no importa en qué parte del mundo esté, me voy a transportar mentalmente al único andén de la estación GelsenkirchenHassel. Aldana Ayala


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