Imperialismo y Navalismo como Origenes de la 1a G. Mundial

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Pronto, los demás imperios siguieron el ejemplo. Por iniciativa británica se firmaron tratados comerciales que abolieron las altas tarifas arancelarias, las cláusulas preferenciales y las medidas proteccionistas, por lo cual a mediados del siglo XIX el comercio internacional era libre. Ello quitó significación a los argumentos de antaño de la política de imperio, ya que el final del monopolio equivalía al final del imperialismo. También la situación política imperante desde 1815 era desfavorable al imperialismo, al aplacarse durante medio siglo las rivalidades entre los estados europeos, por lo que las colonias, como monedas de trueque de la diplomacia, ya no eran útiles. Tuvo particular importancia el predominio de Inglaterra manteniendo hasta 1890 una incontestable supremacía naval y un vasto imperio de ultramar, que la dejaba en condiciones de conquistar cualquier región del mundo accesible por mar y de mantener alejado a cualquier otro estado. La razón principal por la cual parecía improbable una nueva expansión europea era justamente porque Inglaterra no estaba deseosa de aumentar sus posesiones territoriales. Hasta 1832 fue la principal exponente de la política de no intervención en los países independientes. Sin embargo, los imperios coloniales europeos se agrandaron mucho más rápidamente en los 50 años posteriores a 1832 que en cualquier período histórico precedente. Para 1882 Europa se había apropiado de 17 millones de km2, y otros 22 millones más para 1914. En 1800 Europa y sus posesiones cubrían el 55% del territorio del Planeta, en 1882 el 67%, y en 1914 el 84,4%.

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Con la aparición de nuevas

potencias coloniales (EE.UU., Rusia, Italia y Bélgica) los años de tranquilidad del continente europeo sembraron las semillas de un nuevo período de expansión. Pero dicha expansión no fue producto de un plan preconcebido en Europa, sino que estuvo motivado por intereses periféricos. A comienzos del siglo XIX Europa estaba unida por lazos diversos a naciones aún independientes de África, Asia y Oceanía. El desarrollo tecnológico e industrial europeo extendió muy pronto el comercio a todas partes del mundo. Los buques de vapor dieron vida a negocios que en otra época no hubieran sido remuneradores, al mismo tiempo que devolvieron la importancia de las estaciones navales de ultramar.2 El cristianismo trataba de fundar misiones por doquier. Los exploradores trataban de levantar mapas de regiones aún ignoradas. Europa se había convertido en una inmensa central que irradiaba energía en todas direcciones, estableciendo lazos cada vez más estrechos con los estados independientes, los que, para asegurar su estabilidad, acababan casi siempre por dar motivos para una intervención. El componente militar europeo había progresado enormemente en tecnología y armamento, destruyendo el antiguo equilibrio de fuerzas, llevando a la intervención militar como una solución económica a las inestabilidades de los vínculos con las naciones independientes. Por ello, la mayor parte de las anexiones coloniales a partir de 1818 se realizaron sin que hubieran sido planificadas desde la metrópoli, sino porque determinados intereses periféricos europeos los hicieron inevitables. La expansión colonial de este período fue, por lo tanto, el producto de dos fuerzas claves: el impacto de la Europa industrial y la potencia de los grupos locales europeos. Algunas veces era Europa la que tenía necesidad de una colonia, pero lo más frecuente fue que se apoderara de ella a falta de una mejor alternativa. En 1882 los nuevos imperios, reflejando sus orígenes estaban constituidos por gran cantidad de 1

FIELDHOUSE, David, “Los imperios coloniales desde el Siglo XVIII”, Editorial

Siglo XXI, página 126. 2

MAHAN, Alfred T.; “The influence of sea power upon history, 1600-1783”, Dover Publication Inc., New York, 1987, pg. 29. 6


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