Imperialismo y Navalismo como Origenes de la 1a G. Mundial

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Alemania y Austria-Hungría). Rusia, Serbia y Turquía tuvieron que ceder, aún antes de que una conferencia internacional arbitrase la disputa, ya que ninguno de ellos estaba en condiciones de oponerse a la amenaza del uso de la fuerza, no teniendo otro remedio que conformarse con la nueva situación de los Balcanes. La anexión de Bosnia y Herzegovina a Austria-Hungría se concretó sin derramamiento de sangre. La crisis había finalizado con un notable triunfo diplomático de las potencias centrales, con una grave humillación de Rusia, y con fractura en la alianza franco-rusa, pero las consecuencias a largo plazo no fueron satisfactorias, porque los nacionalismos excitados (aún en los estados que se habían mantenido al margen) no admitían el resultado como definitivo, y las premisas para una futura reapertura de la cuestión balcánica quedaron latentes. Para la monarquía danubiana, que de largo tiempo atrás arrastraba conflictos internos de identidad de nacionalidades, esa situación contenía peligro. Si se concretaba una alianza entre el Movimiento Sudeslavo, Rusia e Italia los días del imperio Austro-húngaro estaban contados, ya que debía esperarse que los nacionalismos de las potencias que antes fueron neutrales se convertirían en beligerantes.

LA SEGUNDA CRISIS MARROQUÍ COMO ACELERADOR DE LA CARRERA NAVAL Hacia fines de 1910 un ejército francés fue conducido a Marruecos para asegurar la posición del Sultán Abd Al-Aziz, significando una flagrante violación del tratado de Algeciras, y dando a Alemania (que no había perdido sus ambiciones de expansión) un pretexto para volver a plantear la cuestión marroquí. Durante varios meses se sucedieron ofertas y amenazas diplomáticas de ambas partes, e incluso amenazas del uso de la fuerza, todo ello dirigido a dos campos muy diferentes: lograr el asentamiento definitivo en Marruecos y calmar (sin defraudar) los clamores nacionalistas. Para setiembre de 1911 la guerra parecía inevitable. Sin embargo, abruptamente ambas partes empezaron a ceder, y tras un intercambio de territorios la crisis se resolvió una vez más por la vía pacífica. En ambas orillas del Rhin la opinión pública acogió los tratados sobre Marruecos y el Congo con gran descontento. Joseph Caillaux, Primer Ministro de Francia, fue destituido en enero de 1912, acusado de filogermanismo. Lo sucedió Raymond Poincaré, que de inmediato formó un gabinete de concentración nacional, cuyo objetivo principal era preparar lo mejor posible la nación para una eventual confrontación con las potencias centrales. También en Alemania se desató una ola de indignación contra el gobierno del Canciller Theobald von Bethmann-Holweg, acusado de no haber defendido con fuerza los intereses nacionales del Reich. El pueblo alemán estaba en gran parte convencido de que la responsabilidad de haber hecho fracasar la política de Alemania en Marruecos era de Inglaterra, y de que solo la posesión de un poder naval mayor podría evitar futuras derrotas humillantes a la política colonial del Reich. Ciertamente las aspiraciones de expansión de Alemania estaban en un callejón sin salida. Contra la

La descripción de estos seres proviene del poema épico medieval del siglo XII “El Cantar de los

Nibelungos” de origen germánico, inspirado en diversos conflictos que azotaron a los reinos francos entre los siglos V y VII. Durante los siglos XVII y XVIII la historia de los nibelungos fue casi olvidada, pero se recuperó con el surgimiento del romanticismo en el siglo XIX, e inmortalizada por Richard Wagner en la ópera “El anillo del Nibelungo”.

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