Imperialismo y Navalismo como Origenes de la 1a G. Mundial

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El sistema en el que las grandes potencias (Inglaterra,

Francia, Alemania, Rusia y Austria-Hungría)

desempeñaban el papel principal siguió existiendo, y con él los problemas tradicionales de la política europea, sin resolver o mal resueltos. De estos problemas resaltaban: (1) el futuro del imperio otomano, que había sido salvado durante el siglo XIX en varias ocasiones por las grandes potencias, y que era conservado artificialmente. (2) la cuestión del cierre de los estrechos de Bósforo y Dardanellos al pasaje inocente de los buques de guerra de todas las naciones acordado después de la guerra de Crimea. (3) la reorganización de los Balcanes, que desde el Congreso de Berlín de 1878 no había dejado de preocupar a los estados interesados. No obstante, estos problemas pasaran a un segundo plano, y la lucha de las potencias colonialistas por los territorios de ultramar dio a las relaciones de los Estados una dureza que no habían tenido hasta entonces. Pero no eran únicamente las grandes potencias las que se friccionaban, también las potencias de inferior rango fueron dominadas por las tendencias imperialistas de la época y fueron principalmente esas las que provocaron el desmoronamiento de las potencias europeas. El proceso de expansión de la civilización europea sufrió por 1885 un aceleramiento brusco, y al mismo tiempo transformó el colonialismo en imperialismo. Hasta entonces, las iniciativas de colonización de las potencias habían descansado en manos privadas, pero con el auge del nacionalismo el proceso se invirtió, y fueron los gobiernos los que comenzaron sistemáticamente a impulsar y subvencionar la adquisición de nuevos territorios. Los comienzos de esta transformación se remontan a 1881 con la ocupación francesa de Túnez e Indochina, y la supuesta expedición británica de castigo contra Egipto que culminó en una ocupación efectiva sin la participación de Francia, que había sido invitada a integrarla pero fue sutilmente dejada de lado. Esto se convirtió en una fuente de conflicto entre ambas potencias, que Bisrmarck supo atizar a su conveniencia para desviar de esta manera las tensiones del sistema europeo de potencias hacia la periferia. Esta estrategia del Canciller se volvería a la larga en contra de Alemania, al carecer sus sucesores de su altura política y su astucia diplomática. Entre los años 1885 y 1892, reinaba en Europa la calma que precede a la tempestad, si bien viejos problemas europeos como los estrechos del Mar Negro y la cuestión búlgara provocaron en 1887 una crisis en las relaciones germano-rusas. Gracias a un doble juego diplomático, Bisrmarck logró estabilizar la hegemonía amenazada del Reich. A través del Tratado de Reaseguro pudo reparar las relaciones con San Petersburgo, asegurando a Rusia, a cambio de su neutralidad amistosa en caso de guerra, el apoyo diplomático de Alemania en las cuestiones de los Balcanes y los Estrechos. Al mismo tiempo, el Canciller trató de impedir desde un principio la posible concreción política de las concesiones del Tratado de Reaseguro, mediante una Entente del Mediterráneo entre Inglaterra, Italia y Austria-Hungría, con el fin de cerrarle a Rusia el paso por los Estrechos. La maestría diplomática de Bismarck había llegado al fin de sus posibilidades. Incapaz de mantener el carácter meramente defensivo de su sistema original de alianzas ante el descontrolado expansionismo de las otras potencias, el Canciller trató de frenar sus energías y quedar al margen. Mientras las otras naciones no adivinaran las intenciones de este juego, podía dar resultado, pero a lo largo plazo esa táctica amenazaba

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