Imperialismo y Navalismo como Origenes de la 1a G. Mundial

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armadas, que habría resultado un esfuerzo demasiado caro y a la larga de éxito dudoso ante movimientos políticos de masas. Pero no todos los movimientos nacionalistas podían contar con apoyo de la opinión pública local, y en sus respectivos territorios el dominio extranjero habría podido ser impuesto materialmente por un plazo más largo de lo que fue. Sin embargo, después de 1945 todas las potencias estuvieron dispuestas a disolver sus imperios, y como razones fundamentales pueden considerarse dos. Primero la creciente influencia de las ideas filantrópicas, liberales y sociales que venían desde fines del siglo XIX acabó por convencer a buena parte de la opinión pública de las potencias coloniales de que sus colonias tenían derecho a la libertad una vez que demostraran que ese era el deseo de la mayoría, y que estaban maduras para la autogestión. Así, la voluntad de dominador se fue debilitando, y los estados, desangrados humana y económicamente por la guerra, no estaban en condiciones de pagar el precio del aquietamiento de los movimientos nacionalistas. Segundo, a la carencia de fundamentos morales a partir de 1945se unieron influencias más concretas que aconsejaban no oponer resistencia a los movimientos independistas de las colonias. En 1942 se había prometido la independencia a la India y Ceilán. Birmania, Indochina, Indonesia y a la Península Malaya habían sido ocupadas por los japoneses, y sus movimientos nacionalistas (que combatieron contra la ocupación nipona) se habían fortalecido; ya no fue posible restablecer el dominio europeo de antaño. Los nativos habían luchado por su tierra y ahora reclamaban el derecho a gestionarla. Entonces, todas las colonias debían alcanzar lo antes posible su independencia. Pero eso trajo otras consecuencias. La independencia de los asiáticos proporcionó un estímulo muy fuerte a los movimientos nacionalistas africanos, que hizo difícil negarles lo que los otros habían logrado. Existió otra consecuencia adicional: la actitud europea, particularmente la del Reino Unido, con respecto a las colonias que le quedaban. El Imperio Británico había sido, hasta entonces, un sistema político de encadenamiento interdependiente, en el cual cada territorio era necesario para complementarse con los demás. Así, cuando se dejaron las posesiones orientales, las del Este de África perdieron gran parte de su importancia estratégica, y entonces nada se oponía a la concesión de su independencia, excepto el temor al caos que se presentaría después de la retirada de las autoridades coloniales. En general, casi todas las potencias coloniales decidieron aceptar la inevitabilidad de la descolonización. A comienzos de la década del 50, solo se trataba de establecer a qué ritmo se debía realizar la evacuación. En 1965 el proceso de descolonización estaba casi terminado; de los viejos imperios quedaban territorios plenamente incorporados a las metrópolis (o que estaban esperando la incorporación) y regiones demasiados pequeñas o pobres como para sostenerse por sí solas. No es parte de este ensayo juzgar las consecuencias del colonialismo y de la descolonización; ni el uno ni el otro fueron enteramente buenos ni malos, sólo existieron y eso es un hecho histórico e insoslayable. El fin de los imperios puso en evidencia todos sus defectos, como todo fracaso revela debilidades y oculta virtudes. El lado positivo del imperialismo europeo consistió en proporcionar una estructura de estabilidad política en las colonias, en momentos que la intervención europea estaba destruyendo los estados indígenas y sus formas sociales. También fue un medio de transmisión de conocimiento. Su lado negativo fue el que dominio extranjero destruyó tanto como creó; las instituciones sociales y políticas indígenas debieron ser modificadas o eliminadas para permitir el gobierno colonial, sin que pudieran ser restauradas, y así, con la

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