Dos años frente al mastil

Page 99

coles", según se estila decir en el lenguaje marinero de habla inglesa. Hacía unos seis a ocho meses que se hallaban al largo y no tenían noticia alguna del mundo civilizado. Sábado 1^ de Noviembre. Hoy zarpamos con el agente y varios pasajeros españoles con destino a Monterrey. Fuimos a la playa con el quique, para embarcarlos con sus equipajes, y los hallamos esperándonos en la orilla y algo asustados porque el oleaje era bastante fuerte. Esto nos causó placer, porque nos gustaba ver a algún español mojado con agua salada y además el agente no era persona grata para la tripulación. Únicamente deseábamos tener la ocasión de darles un baño, convencidos de que ninguno de ellos tenía bastante pericia marinera para darse cuenta de si el baño habría sido obligado o intencional. Con tal razón, mantuvimos el bote bastante distante de la playa para obligarlos a mojarse los pies para llegar a embarcarse; luego esperamos una buena ola, haciendo caer algo la proa para hacer llenar la popa, dejándolos a todos empapados. Los españoles saltaron del bote, gritando y protestando y no querían hacer otra tentativa. Con gran trabajo, el agente pudo convencerlos a hacer otro ensayo. Esta vez se hizo el embarque sin percances y los llevamos bien al buque. Todo estaba listo a bordo y al comando todas las velas fueron soltadas. Con gran rapidez se orientaron e izadas las vergas, el ancla encaponada y amarrada, el "Alert" empezó a andar. Ya antes de doblar la punta, el buque había tomado una buena arrancada, dejando rápidamente por su popa a los buques anclados. Habíamos andado poco, cuando empezaron señales de una próxima tormenta, rompiendo las olas sobre el castillo y sumergiéndose la proa, chocando con estrépito contra ellas. También parecía por el ruido que la guardia debía saltar de una parte a otra de la cubierta ejecutando algunas maniobras. Estábamos por entregarnos al descanso, cuando tres golpes al tambuche: "Todo el mundo a rizar las gavias", nos sacaron de la cama y como no hacía frío, estábamos al momento en cubierta. Era una noche clara y bastante fresca. Las estrellas brillaban con una luz intensa y hasta donde alcanzaba la vista no se notaban nubes. El horizonte era bien definido a la vista. Un pintor no podría haber pintado un cielo tan claro: no había mancha en parte alguna, y sin embargo soplaba muy fuerte desde el NO. Cuando se nota una nube a barlovento se siente que hay un punto de donde puede llegar el viento, pero aquí parecía que no venía de ninguno. Nadie, al mirar el cielo, podría haber dicho que no era una noche tranquila de verano. Habíamos arriado las gavias para tomar rizos y antes de orientarlas otra vez, oímos un ruido corto como de trueno producido al rifarse el foque, quedando tan sólo su relinga. Se izaron las gavias rizadas y en vez del foque se izó el contrafoque, rifándose la mayor y abriéndose de arriba abajo en toda su caída. "Aferren la vela, antes que vuele en jirones", gritó el capitán, y al momento nos hallábamos en la verga, recogiendo sus restos y asegurándolos a ella. Habíamos bajado recién a cubierta, cuando con un fuerte estampido que retumbó por todo el buque, se rifó el velacho partiéndose en dos. Apenas habíamos terminado la maniobra y adujado los cabos, y esperábamos la orden de "Guardia abajo", cuando el sobremayor rompió las escotas y tomó cargo golpeando contra el mastelero y amenazando romperlo. Aquí se presentaba una tarea para alguien. La vela debía ser sujetada o cortada de la verga: Juan, el francés, jefe de la guardia de estribor, saltó arriba y gracias a sus enormes brazos y piernas pudo, después de una ardua lucha, sujetar la vela amarrándola. Después de ésto, se preparó a desguindar la verga para echar todo abajo; trabajo éste difícil y peligroso, y varias veces tuvo que aguantarse agarrado con toda su fuerza al mastelerillo durante varios minutos, a causa de los fuertes balanceos que no Je permitían hacer a esa altura otra cosa que cuidar de no ser arrancado del mastelero y tirado al vacío. Al fin llegó la verga a cubierta, después de lo cual se arriaron también las vergas de sobre de proa y de sobreperico. Toda la gente fué mandada arriba a asegurar las perchas y armar los aparejos de rolines a las vergas y dejar el aparejo a son de temporal, cuya faena duró un par de horas. Era una linda noche para un temporal, fresca, sin ser fría y clara como de día, lo que facilitaba los trabajos rápidos. Parecía un deporte tener una tormenta con un tiempo como ese, y sin embargo soplaba como un huracán. El viento venía con tal fuerza que parecía querer barrernos de las vergas, la fuerza del viento era la mayor que yo había sufrido en mi vida, pero el frío y las mojaduras son las peores partes de un temporal para los marineros y aquí faltaban ambos. 99


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.