Dos años frente al mastil

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antes de embarcarme. Era muy bonito, y le llamó la atención desde que lo vio, naturalmente se lo obsequié, acto que fué considerado un elevado favor, recibiendo en cambio algunas peras y otras frutas que después llevamos a la playa. Cuando llegó el momento de salir de la casa y tomar nuestros caballos que habíamos dejado atados en la puerta, encontramos que habían desaparecido, a pesar de que los habíamos alquilado hasta dejarlos en la playa. Áí preguntar al hombre que los había alquilado : ¿ dónde están los caballos ? sólo encogió los hombros, y por toda respuesta contestó : ¿ Quién sabe ?... Como no preguntó ni se alarmó por la pérdida de las monturas que era lo que más interesaba, nos dimos cuenta en seguida que él bien sabía donde se encontraban. Como no estábamos dispuestos a caminar hasta la playa, distante unas tres millas, después de bastantes inconvenientes, pudimos alquilar otros dos caballos, por cuatro reales cada uno, que entregaríamos en la playa a dos muchachos indígenas que nos acompañarían corriendo atrás para regresar con ellos. Resueltos a no aceptar esta condición montamos y a todo galope nos dirij irnos a la playa a donde llegamos en pocos minutos y deseando que nuestra libertad durara todo el mayor tiempo posible, fuimos a pasear entre los depósitos de los cueros donde tuvimos el placer de ver la llegada de la gente a medida que regresaban del pueblo, unos a caballo, otros a pie, los isleños de Sandwich llegaban arrogantes y les preguntamos por nuestros cantaradas de a bordo, contestándonos que dos se 'habían caído del caballo y completaban el viaje de a pie, pero en forma muy poco regular que, probablemente, les permitiría llegar antes de medianoche. Un tiempo después llegaron los dos muchachos indígenas a quien les entregamos los dos caballos que los recibieron sin notar inconvenientes. Hecho esto llamamos al bote y nos fuimos a bordo. Así terminó nuestro primer día de libertad en tierra. Estábamos bastante cansados pero habíamos pasado un día agradablemente y esta satisfacción intensificó el deseo de reincidir el trabajo diario. Hacia medianoche fuimos despertados por dos de nuestros compañeros, que habían llegado a bordo disputando en alta voz. Parece que habían resuelto regresar desde el pueblo a la playa montados enancados en un caballo y se acusaban mutuamente de ser causantes de la caída que sufrieron. Felizmente el sueño los venció y pronto se durmieron, olvidando del todo la disputa porque a la mañana, seguramente, el asunto no volvió a mencionarse.

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