Dos años frente al mastil

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Después de comer sacamos dinero del bolsillo y le preguntamos cuanto debíamos pagar. El Mayordomo sacudió la cabeza y se persignó diciendo que era un acto de caridad, que no había sido él quien nos la dio, sino Dios. Comprendiendo entonces que si bien no nos cobraba, podría aceptar el importe, como obsequio le entregamos doce reales que recibió e introdujo en el bolsillo con admirable indiferencia diciendo: "Dios se lo pague".Nos despedimos y dirij irnos afuera para ver las chozas de los indios, donde observamos a los chicos que enteramente desnudos, correteaban de choza en choza y los hombres no tenían mucho más vestidos. Las mujeres en general estaban cubiertas con vestidos ordinarios, tejidos al parecer con estopa. Los hombres empleaban la mayor parte del tiempo en cuidar el ganado de la Misión, en trabajos del jardín que era muy grande, tenía una extensión de varias áreas de terreno y producía las mejores frutas de la región.El idioma de esa gente, era el común de todos los indios de California, de pronunciación muy áspera, tan áspera como nunca antes lo había oído y no es posible concebirla. Era verdaderamente una especie de dialecto baboso. Las palabras parecían salir de la punta de la lengua, a la vez de escucharse el movimiento ruidoso de la salida entre las mejillas y los dientes.Este idioma no podía ser ni el de Montezuma ni el de los Mejicanos independientes. Aquí entre las chozas vimos al hombre más viejo que pueda uno imaginarse, de veras jamás había supuesto que una persona pudiera vivir y tanto y exhibir tan claramente las señales de la vejez. Estaba sentado al sol, descansando recostado sobre un lado de la choza, sus piernas y brazos eran desnudos, eran de color rojo obscuro; la piel marchita y arrugada parecía cuero quemado y las dimensiones no eran mayores en diámetro que las de un chico de cinco años. Tenía algunos cabellos atados sobre la nuca y era de aspecto tan débil que cuando nos acercamos a él, levantó lentamente las manos hasta la cara, se levantó los párpados para podernos ver, y satisfecha la curiosidad los dejó caer de nuevo . Parecía que el movimiento natural de los párpados había desaparecido completamente. Pregunté por su edad, no obteniendo otra respuesta que: ¿ Quién sabe ? — seguramente nadie lo sabía. Salimos de la Misión y regresamos al pueblo, efectuando casi todo el trayecto al galope. Los caballos de California no tienen un galope moderado, marchan al paso lo que no deja de ser agradable, porque como no hay esquinas ni paradas, no necesitan exhibir el elegante trote, y sus jinetes entonces lo hacen andar siempre al máximo de velocidad o sea al galope tendido y sólo reducen al paso cuando notan que están cansados. El delicioso aire de la tarde, la rápida marcha de los caballos que parecían volar sobre la tierra, y la excitación que da un movimiento al que no se está acostumbrado, los que viven confinados a bordo nos colmaban de alegría haciéndonos desear que esta cabalgata durara todo el día. Llegamos al pueblo y encontramos que estaba muy animado. Los indios que siempre descansaban los domingos, estaban entregados a un juego llamado de bochas que hacían rodas sobre suelo nivelado próximo a las casas. Los más viejos sentados alrededor, contemplaban los partidos, mientras los jóvenes, va- -varones y mujeres, se esforzaban por arrojar las bochas con todas sus fuerzas. Algunas niñas corrían como galgos; cualquier accidente o acontecimiento extraordinario era recibido con entusiasmo por los viejos espectadores que se levantaban y aplaudían y chillaban en forma ensordecedora. Algunos marineros bamboleaban debido al buen empleo que habían hecho de las pulperías, otros cuantos andaban jineteando, pero siendo poco hábiles y los caballos que montaban, unas bestias mañeras, muy pronto fueron arrojados al suelo con gran diversión de la gente que los contemplaba. Media docena de indígenas de las Islas Sandwich que se alojaban en las barracas de los cueros o pertenecían a los dos buques fondeados en el puerto, eran jinetes audaces que hacían correr a los caballos a galope tendido gritando y riéndose como verdaderos ejemplares salvajes. Estaba por ponerse el sol, cuando Stimson resolvió entrar a una casa y sentarnos a descansar tranquilamente antes de regresar a la playa. Este acto dio origen a que mucha gente entrara también para ver a los "marineros ingleses" y una de esas personas, una mujer joven se entusiasmó y mostró gran asombro al ver mi pañuelo de bolsillo que era grande y de seda y lo tenía desde 84


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