Dos años frente al mastil

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tablones, sólo conduciéndolos sobre la cabeza era posible transportarlos y obtener cierta comodidad en ese trabajo. Algunos de los tripulantes ensayaron otros sistemas de conducción, porque decían que el que se empleaba, los hacía parecer negros de las Indias Occidentales, pero a la larga tuvieron que abandonarlos y proseguir con el sistema usual. Teníamos que levantar los cueros desde el suelo y como con frecuencia eran muy pesados y tan anchos como la apertura de los brazos abiertos, que a veces presionados por el viento nos arrastraban y en muchas oportunidades me hicieron reír de mí mismo y de los compañeros, cuando nos hacían caer dando rodadas. El Capitán nos consolaba diciéndonos que la moda en California era cargar de a dos cueros sobre la cabeza en lugar de uno, como lo hacíamos y como insistiera sobre esto y no queríamos que los tripulantes de otros barcos nos ganaran en la carga, durante algunos meses seguimos el consejo del Capitán hasta oue al encontrar "cargadores de cuero" que sólo cargaban de a uno dejamos el segundo cuero para un segundo viaje, y cargamos de uno a la vez. La labor entonces se hizo más tolerable. Después que nuestras cabezas se habían acostumbrado a soportar el peso de los cueros y habíamos aprendido el verdadero estilo de manipularlos a la califoniana, podíamos conducir doscientos en muy poco tiempo, sin mayor inconveniente, pero siempre nos mojábamos debiendo atravesar la rompiente, hasta descargarlos en el bote. Si la playa era pedregosa, nos lastimábamos los pies, pues naturalmente este trabajo se hacía con los pies descalzos, puesto que ningún calzado habría aguantado estas continuas mojaduras con agua salada. Cargado el bote, largábamos la amarra e iniciábamos una remada de unas tres millas, travesía que generalmente duraba un par de horas. Estamos ahora bien establecidos en tierra, desempeñando trabajos de puerto, bien distintos de los del marinero y como ellos son muy diferentes de los que se llevan a cabo en navegación, vale la pena que los describa. En primer lugar, toda la gente era llamada a cubierta a la salida del sol más o menos y especialmente cuando los días eran cortos cuando apenas aparecían las primeras claridades del alba. El cocinero encendía la cocina, el mayordomo iniciaba sus tareas en la cámara y la tripulación armaba la bomba de proa y baldeaba la cubierta. El primer oficial estaba siempre sobre cubierta, pero no tomaba parte activa en las faenas; en cambio el segundo se arremangaba los pantalones y descalzo fregaba la cubierta como el resto de la tripulación. El lavado, fregado, etc., duraba o se le hacía durar hasta las ocho, hora en que se llamaba para el desayuno a toda la gente. Terminado éste, el cual duraba media hora, arriábamos los botes, amarrándolos a popa o a los tangones. Finalizada esta maniobra, iniciábamos el trabajo diario, el cual era variado y su especie dependía de las circunstancias. Había siempre bastantes remadas en los botes, y si había que conducir a tierra mercadería pesada y regresar luego con cueros, toda la gente se iba a tierra con un oficial en el bote grande. Había, además, bastante trabajo en la bodega, extrayendo mercaderías, cargando cueros y trasladando carga de un lugar a otro para su mejor estiba y dejando lugar a los cueros. Además, no se suspendían los trabajos del aparejo, recorriéndolo en todos sus detalles, labor que no era escasa porque ésta sólo puede hacerse mientras el barco está en puerto. Todo debía atezarse en perfecto orden, sin contar con la confección de gazas y cambios de la cabuyería que aún podía utilizarse. La gran diferencia que existe entre las faenas en puerto y en navegación, consiste en la forma como se divide el tiempo. En lugar de tener guardia arriba y guardia abajo, como ocurre en el mar, todos trabajamos conjuntamente, desde la mañana hasta la noche, excepto en las horas de las comidas. De noche se mantiene la "guardia de ancla", la que consta solamente de dos hombres a la vez, por turnos entre la tripulación.

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