Dos años frente al mastil

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Era muy aficionado a la lectura, por esto le presté la mayor parte de los libros que tenía en el castillo de proa, los cuales leyó y me los devolvió la vez siguiente que lo visité. Poseía una gran cantidad de informaciones y su capitán decía que era un marino perfecto y sus méritos valían oro a bordo, tanto con mal o buen tiempo. Su fuerza debía ser enorme, y tenía la mirada de cóndor. Era raro que haya sido tan minucioso en la descripción de un marinero Sin embargo así ha sido porque algunas personas con quien uno se encuentra en cualquier circunstancia, a veces dejan recuerdos que no se olvidan. Este marinero se llamaba a sí mismo Bill Jackson, y yo declaro que a nadie estreché la mano con mayor satisfacción que a este hombre. Cualquiera que se encuentre con él, podía reconocer a un marino excelentes y de buen corazón. Ha llegado otro domingo de nuestra permanencia en Monterey, pero como los anteriores no nos proporcionó vacaciones. La gente, bien ataviada, espera en la costa que la conduzcamos a bordo, y con el viaje desde esa a bordo y el de regreso de los que vuelven a tierra provistos de sus compras que tuvimos que retirar de la bodega, nos privan no sólo de las licencias, sino hasta casi del tiempo necesario para comer. Núestro ex-segundo oficial, que había tomado la resolución de ir a tierra y verse libre, se vistió con un saco negro largo, sombrero negro y zapatos lustrados, y con este atavío se dirigió a popa para pedir permiso para desembarcar. Esta resolución no pudo ser más imprudente, porque bien sabía que le sería denegado, ya que de accederse al pedido, los demás marineros que seguían el trabajo, tendrían motivo para pedir licencia igualmente y conseguida ésta (que suponían no podía serles negada), irían a afeitarse, lavarse y vestirse con traje de paseo. Este pobre hombre, siempre se sumergía en agua caliente, puesto que siempre lo pensaba al revés. Lo vimos acercarse a la popa, sabiendo perfectamente la clase de recepción que le esperaba. El capitán se paseaba en el alcázar, fumando su cigarro mañanero y Foster se detuvo al pie del alcázar, esperando que su presencia fuera notada. El Capitán siguió caminando dos o tres vueltas y luego dirigiéndose directamente hacia él y mirándolo de pies a cabeza, levantó su dedo índice y pronunció dos o tres palabras en tono bajo que no pudimos escuchar, pero que tuvieron mágico efecto sobre el pobre Foster, que retrocedió regresando a proa, descendió al castillo y un momento después reapareció vestido con la ropa de a bordo y se puso a trabajar como todos. Lo que el capitán le dijo nunca lo supimos, ni se lo preguntamos, pero seguramente debió ser algo que le hizo cambiar su pensamiento de un modo sorprendente.

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