Dos años frente al mastil

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CAPÍTULO XIII EL COMERCIO EN MONTE REY Al día siguiente, cuando la carga fué despachada en debida forma, comenzamos a comerciar. La sala de ventas se estableció en el entrepuente, exhibiéndose en ella muestras de las mercaderías livianas, y Mellus, un joven que había venido con nosotros desde Boston como marinero, fué designado oficial despachante, cargo para el cual llevaba condiciones, porque había sido empleado en una firma de Boston y además porque padecía de reumatismo y las mojaduras en las tareas marineras en la costa le -eran perjudiciales para su salud. Durante una semana, o mejor dicho diez días, nuestra vida transcurrió a bordo, donde atendíamos y llevábamos continuamente en los botes toda la gente para examinar la mercadería y hacer sus compras, hombres, mujeres y niños, y luego los conducíamos de nuevo a tierra, llevándose los artículos que habían comprado. Este servicio debíamos hacerlo nosotros porque los compradores carecían de embarcaciones para llegar hasta a bordo. Mucha de esa gente tomaba también como pretexto para embarcarse, el deseo de hacer compras, deseo que justificaba adquiriendo un papel de alfileres, disimulando así el verdadero propósito que no era otro qaue conocer nuestro buque y revisarlo por todos los rincones, porque en realidad era nuevo para ellos puesto oue antes no lo habían visto. Nuestro cargamento era de lo más heterogéneo que pueda imaginarse; consistía ele todo lo que existe en la tierra. Las operaciones las efectuaba el agente, ayudado por el oficial despachante, mientras nosotros estábamos ocupados en las bodegas y con los botes. Teníamos toda clase de bebidas alcohólicas, que se vendían en cascos, te, café, azúcar, especies, pasas, melazas, auincallería, artículos de ferretería, vajillas de barro y de latón, cuchillería, géneros de toda clase, botones, zapatos, brines, teiidos de algodón, joyería, peinetas y también algunos muebles; en resumen torio lo aue es posible imaginar, desde fuegos artificiales hasta ruedas de cochecitos, de las aue teníamos una docena con sus correspondientes herrajes. Los californianos son haraganes. parsimoniosos e incapaces de hacer nada; tienen uvas en abundancia y sin embargo compran a mayor precio el mal vino fabricado en Boston, que se les vendía a bordo para venderlo luego al menudeo entre ellos, a un real (12% centavos norteamericanos) el vaso chico. Los cueros, que también avalúan en dos dólares, los permutan por cualquier cosa, que en Boston cuesta sólo 75 centavos. Compran zapatos hechos de cuero inferior al que produce el país; cueros que han hecho la doble travesía del Cabo de Hornos, pagando por ellos 15 dólares, cuando los hechos en el país con mejor cuero sólo les costarían 3 o 4 dólares. Nuestros artículos se venden a un precio de casi el 300% mayor que el precio que por los mismos se paga en Boston. Esto se debe en parte a los elevados derechos de importación que el gobierno impone, a su juicio, con la idea, sin duda, de evitar que la plata salga del país. Estos derechos y los enormes gastos que ocasiona la larga travesía, sólo permiten que los negociantes de gran capital puedan comerciar. Casi dos terceras partes de todos los artículos importados al país y que han cruzado el Cabo de Hornos en los últimos seis años, han sido conducidos por cuenta de una única firma, la de Bryant Sturgis y C9, a la cual pertenece nuestro buque. Esta clase de operaciones es nueva para nosotros y nos agradó durante varios días, pero luego resultó cansadora, porque tuvimos que llevar la gente a tierra con los artículos comprados, traer nuevos compradores, bajar continuamente a la bodega para sacar mercaderías, descargarlas en los botes y repetir todo esto durante el día entero. Sin embargo, esta tarea nos proporcionó la oportunidad de conocer el carácter de los californianos, su lenguaje, su vestimenta y algunas otras características. La vestimenta de los hombres ya la describí, pero la de las mujeres consistía en trajes de varias formas, de seda, percal, crespón, etc., cortados según hechuras y estilo europeo, menos en las mangas, que son cortas, dejando ver el brazo desnudo, y los sacos que son sueltos alrededor de la cintura y la falta del corset. Calzaban zapatos de cuero de cabritilla o de raso, llevaban fajas o cinturo-nes de colores vivos y casi todas collares y aros. 55


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