Dos años frente al mastil

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CAPITULO XXVII COMIENZA EL VIAJE DE REGRESO A las ocho fué llamada a popa toda la tripulación y arregladas las guardias para el viaje. Se efectuaron algunos cambios, pero yo tuve la suerte de quedar en la guardia de babor. Nuestra tripulación fué reducida un poco. Un marinero y un grumete habían pasado al "Pilgrim". Otro pasó como segundo oficial al "Ayacucho" y otro, el más viejo entre los tripulantes, había enfermado, tullido por el trabajo pesado y las mojaduras de a bordo y de la playa y con un ataque reumático fué dejado en tierra en el galpón, al cuidado del capitán Arthur. Con esta reducción la tripulación resultaba corta para la travesía del Cabo de Hornos en pleno invierno. Además de Stimson y yo quedaban solamente cinco hombres en el castillo de proa que junto con cuatro grumetes en el entrepuente, velero, carpintero, etc., formaban toda la tripulación. Para completar, a los tres o cuatro días de viaje, el velero se enfermó también y no pudo trabajar más en todo el viaje. El andar constantemente con los pies en el agua en cualquier tiempo, llevando cargas y cueros, agregado a los demás trabajos pesados, no deja de ser demasiado rudo para la gente de edad, lo mismo que para cualquier hombre que no posea una robusta constitución. Nuestra guardia se había reducido a cinco en total, entre los que se contaban dos grumetes que solamente iban al timón con buen tiempo, de manera que los otros tres debíamos hacer 4 horas de timón en las 24 horas, cada uno. La otra guardia se componía solamente de 4 timoneles. "No importa. ¡Nos vamos a casa!", así se contestaba a cada problema: y no nos habría importado realmente, sino hubiera sido que el cruce del Cabo de Hornos se iba a efectuar en lo peor del invierno. La perspectiva de realizarlo con una tripulación reducida a la mitad y por otro lado con un buque cargado en exceso, al punto que cada ola fuerte debía barrer la cubierta de popa a proa como roca de media marea, en término marinero, no nos atraía por cierto. Durante las guardias libres recorríamos y arreglábamos toda nuestra ropa para el próximo mal tiempo. Cada uno se había hecho un traje de agua nuevo al cual se le dio varias manos de aceite o alquitrán y en cada vez puesto a secar en los estays. Las botas de agua fueron también cubiertas con gruesa capa, mezcla de grasa derretida y alquitrán y colgadas para secarlas. Así aprovechamos el sol caliente y el tiempo bueno de una parte del Pacífico para estar preparados cuando llegáramos a la mala. Había, sin embargo, una dificultad que no podíar-mos remediar a pesar de todas las tentativas para eliminarla y que consistía en las filtraciones del calafateo del castillete, lo que resultaba muy molesto en el mal tiempo y lluvia. Esto volvía inhabitable la mitad de las camas. Durante un viaje prolongado, aún el buque más estanco que pueda imaginarse producirá filtraciones en la proa a causa del esfuerzo continuo del bauprés. Además nuestro castillo tenía una pérdida de la que no se podía dar cuenta: ésta se hallaba en la amurada de estribor y obligaba a dejar desocupadas las camas proeles de esa banda. También una de las camas popeles perdía bastante cuando el tiempo era grueso. Mas como una de las guardias estaba siempre arriba nos arreglábamos con las camas que quedaban libres, y como en nuestra guardia éramos sólo tres que dormíamos a proa, nos quedaba siempre una cama seca para cada uno. Todas estas previsiones eran prematuras; nos hallábamos en el Pacífico Norte y con tiempo sereno,corriendo con los alisios N.E. que nos alcanzaron al segundo día de abandonar San Diego. Domingo, Mayo 15: Habíamos recorrido, según cálculo, más de 1.300 millas en siete días. Desde la salida de San Diego habíamos tenido viento favorable y tanto cuanto podíamos desear. Nuestras guardias francas de la mañana, las empleábamos en nuestros propios trabajos y las guardias de noche en la forma usual: un cuarto al timón, otro de vigía en el castillete, un descanso en un rollo de cabos de alguna maniobra debajo del cabulero o un paseo solitario por-la cubierta. Cada ola partida por el tajamar nos acercaba más al hogar y cada obser110


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