Dos años frente al mastil

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todos los cueros. Entonces, una parte de los marineros fué enviada al "Alert" para ayudar a estivar los cueros en las bodegas. Nuestro cargamento estaba casi todo embarcado y el "Pilgrim", al terminar su descarga, se preparó para hacerse a la vela al día siguiente para otro viaje al barlovento. Precisamente estaba yo pensando satisfecho que había escapado de seguir con la dura suerte de su gente, cuando fui llamado a la cámara. Allí, sentados alrededor de la mesa, estaban el capitán Faucon, el capitán Thompson y el agente Robertson. El capitán Thompson me preguntó de golpe: "¿Dana, usted quiere volver con el buque?" — "Seguramente, señor —contesté—: espero volver con el «Alert»", "Entonces, usted debe buscar a alguien que quiera tomar su plaza a bordo del «Pilgrim»". Con esto me agarró tan desprevenido que, al momento, no supe qué contestar. De sobra sabía que no habría caso de encontrar alguien que quisiese quedarse un año más con el "Pilgrim" sobre la costa californiana. Me constaba también que el capitán Thompson había recibido instrucciones para llevarme de regreso en el "Alert" y él mismo me lo había comunicado cuando yo estaba aún en el galpón de los cueros. Aun, si no hubiese sido así, me parecía una crueldad el no habérmelo hecho saber con tiempo y no —como en el caso actual— en el momento de la separación de los dos buques. En cuanto me encontré nuevamente dueño de mí mismo, me animé y le dije que yo tenía en mi poder una carta, informándome que los armadores le habían ordenado llevarme y que él mismo me lo había hecho saber. Pero me mostró el rol de la tripulación del "Pilgrim" y, como mi nombre no había sido borrado, seguía perteneciendo al buque. En pocas palabras: que yo debía hallarme a la mañana siguiente, con todos mis efectos, a bordo del bergantín o en su defecto enviar a otro voluntario para reemplazarme y con esto estaba terminada la discusión. Sin embargo, ellos sabían muy bien que en Boston tenía amigos e intereses que les habrían hecho pagar cara la injusticia que me hacían. Probablemente esto hizo cambiar de tono al capitán Thompson, preguntándome que si alguno fuera a reemplazarme estaría yo dispuesto a pagarle una indemnización de 30 dólares. Le contesté afirmativamente, y que estaba dispuesto a pagar cualquier suma si lo aceptaba. "Muy bien", contestó: "vuelva a su trabajo y mándeme aquí a English Ben". Me retiré con el corazón en paz, pero con una rabia y desprecio en mi interior, resultándome difícil contenerme. Ben fué a popa, y cuando volvió estaba completamente abatido, con sus brazos caídos, como si hubiese recibido una sentencia de muerte. El capitán le había ordenado buscar sus cosas para embarcarse en el "Pilgrim" a la mañana siguiente, y que yo le daría 30 dólares y un juego de ropas. La gente había largado el trabajo para comer y estaban cerca del castillo, cuando llegó Ben y contó lo sucedido. Pude notar que ésto había indignado a todos y que mientras yo no aclarase la situación me mirarían con malos ojos. Por lo tanto, traté de buscar alguno que fuera voluntariamente y ofrecí una orden de seis meses de mi sueldo sobre los armadores y todas mis cosas, salvo las necesarias para el viaje de regreso: trajes, libros y todo lo que me pertenecía. Cuando se publicó el ofrecimiento, se presentó Harry Bluff, un marinero a quien no le importaba en qué buque o país se hallaba mientras tuviese bastante dinero y ropa, y se ofreció a reemplazarme. Para que no se arrepintiese le firmé en seguida la orden de pago, y todos mis efectos, quedándome con lo necesario para el viaje y lo mandé al capitán a comunicarle el arreglo. Este lo aprobó en seguida, feliz de que se hubiera allanado tan satisfactoriamente la tal dificultad. A la mañana siguiente el bergantin se hizo a la vela. Yo dirigí mi última mirada a sus caras familiares, cuando pasaban frente a nosotros: vi al viejo cocinero, quien sacó de la cocina su oscura cabeza y me saludó agitando el gorro. Al cabo de diez minutos, al doblar la punta, desapareció el bergantín con sus blancas velas.

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