Dos años frente al mastil

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Al volver a cubierta, nos hallamos con que la otra guardia había terminado su turno y que de la nuestra había pasado ya una mitad. Con esto, la otra guardia fué a descansar con la orden de mantenerse lista al primer llamado. Ni habían llegado a su sollado, cuando el petífoque voló hecho girones. Era ésta una vela chica y pudimos arreglarnos sin tener que llamarla. Ya empezaban a abrirse "ojos" en el trinquete y, viendo que se iba a rifar también, el primer oficial nos mandó arriba para aferrarlo. No quería éste abusar de la otra guardia, que había estado toda la noche luchando; se llamaron, el carpintero, velero, cocinero y camarero y, con esta ayuda — después de media hora de lucha— la vela estaba bien aferrada y asegurada con sus tomadores y matafiones. La fuerza del viento había llegado a su máximo y al subir por la tabla de jarcia nos tenía aplastados contra ella, dificultando en mucho la subida. Sobre la verga no se podía mirar hacia barlovento, pero por lo menos no había la lluvia o granizo o nevada, elementos húmedos y helados que suelen acompañar a los huracanes de las regiones del Cabo de Hornos y sus noches oscuras. En lugar de los duros encerados "sweater"? y botas pesadas, teníamos sombreros y sacos comunes, pantalones de tela, zapatos livianos y todo nos proporcionaba facilidad de movimiento. Todo esto hace una gran diferencia en favor del marinero. Por fin, habíamos dejado todo asegurado y estábamos preparándonos para el desayuno, ya cerca de las nueve, cuando la gavia daba indicios de fallar. El buque no podía quedar sin trapos y el capitán mandó poner las cangrejas de trinquete y del mayor. Entretanto, la gavia había volado y otra vez nos tocó subir a recoger sus restos: los de la última y única vela que había quedado de todas las que 24 horas antes adornaban al buque. Habían llegado las once y la guardia fué mandada abajo para el desayuno. A las ocho campanadas, estando todo arreglado a pesar de que el temporal no había amainado en nada, se estableció la guardia y la otra fué al descanso junto con los "ociosos". Durante tres días más el vendaval continuó con la misma furia y con una regularidad singular. No hubo ningún recalmón y muy poca variación en su fuerza; durante todo el tiempo no se vio una sola nube en el cielo, ni durante el día ni por la noche. Todas las madrugadas salía el sol al horizonte, sin una nube, y se ponía igualmente en un desborde de luz. Las estrellas salían del cielo azul una a una, noche tras noche, y brillaban muy claras como en las noches tranquilas y heladas, como allí en Boston, hasta que renacía el día y desaparecían. Sin embargo, el mar sembrado de potentes olas, con sus crestas lleñas de blanca espuma hasta donde alcanzaba la vista, nos había llevado muchas leguas afuera de la costa. En los entrepuentes vacíos, varios de nosotros dormíamos en nuestros coys. El coy es la mejor invención para dormir en un buque durante un temporal; el buque se balancea en todos sentidos, mientras el coy queda tranquilo y siempre vertical, colgando de los baos.Durante estas 72 horas horas no tuvimos que hacer otra cosa que salir a cubierta las cuatro horas de la guardia, comer, dormir y acudir a su turno de cuarto. Una vez se partió uno de los guardines del timón, cuyo accidente podría haber sido fatal al buque, si el primer oficial —hombre ligero— no hubiese acudido enseguida con un aparejo a barlovento y mantenido la caña hasta cambiarse el guardín roto. La mañana del día 20, al aclarar el día, el vendaval había empezado a amainar. Hacia la noche algunas nubes aparecieron en el horizonte y como el tiempo mejoraba la presencia usual de nubes pasantes modificó el aspecto del cielo. El quinto día desde que empezó el vendaval, soltamos una mano de rizos de las gavias; empero sólo después de ocho días con gavias rizadas, quedaron todas sueltas; y esto venía a tiempo, pues el temporal nos había echado a media distancia de las islas Sandwich. Una a una —según nos permitía el tiempo— abrimos velas, porque el viento continuaba de proa y teníamos muchas millas que recorrer para volver al sitio donde nos había agarrado el temporal. Viernes, Diciembre í. A lcabo de una travesía que duró 20 días, llegamos a la entrada de la bahía de San Francisco.

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