Artigas, El Mar y los Rios

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el Ejército Oriental, compuesto por unos seis mil hombres, con aproximadamente veinte a veinticinco mil equinos. A ello hay que agregar el ganado arreado, para su sustento y para evitar cayera en manos de españoles y portugueses. “… Bajo el sol o bajo el manto de la noche, surgían los campamentos, en medio de una tremenda confusión, de carretas, carruajes, toldos de cuero, enramadas o bajos los árboles, en una promiscuidad inaudita de razas, estados sociales, caracteres, costumbres, indumentarias y colores, donde, tanto las familias próceres como la muchedumbre humilde y anónima, buscaban paliativo al cansancio, a las penalidades y al temor …”. Esta confusión tenía que traer consecuencias y reveló el perfil organizador de Artigas, quien buscó vías de imponer un orden que permitiera una convivencia entre grupos tan heterogéneos. Imaginemos al elemento suelto, pieza fundamental en el momento de la lucha, aportando su maestría en el manejo de la caballada y de la caña tacuara con el facón enastado, integrándose a una comunidad donde el respeto de la propiedad privada y costumbres morales eran principios fundamentales. Era evidente que los roces y enfrentamientos se iban a producir y para ello se imponía la necesidad de una visión clara de las medidas a tomar y los instrumentos a usar. Uno de ellos fue la religión; en este sentido Artigas delegó parte de esta misión en el presbítero Santiago Figueredo, a quien logró que se lo nombrara Capellán del Ejército Oriental. Este describe magistralmente la situación que se vivía en un oficio del 15 de noviembre de 1811, dirigido al Primado de Buenos Aires, Monseñor Benito de Lué y Riego, donde solicita se extienda su jurisdicción al Pueblo Oriental que formaba parte del Éxodo: […] todos los días se presentan nuevos pretendientes al matrimonio, todos los días hay criaturas para bautizarse, q.e van remediadas con sola el agua, y en fina a cada paso se presentan todas las necesidades espirituales q.e padece un numeroso Pueblo, y solo V.S.I. podrá remediarlos como corresponde.[…] […] han venido los mancebos con sus mancebas, los amantes tras los objetos de su cariño, y los novios tras la dulce esperanza de su corazón. Muchos pretenden salir del miserable estado en q.e se hallan, y o disfrutar lícitamente o entrar a la posesión del objeto de su amor, pero encontrando en mí la justa oposición, que presentan las circunstancias de un vecindario errante y sin domicilio, o continuar su desordenada vida, o se ausentan con sus complices a disfrutar en los solitarios bosques la libertad q.e no pueden al lado de sus madres.[…] […] las hijas no están seguras al abrigo de sus madres, favoreciendo sus locos proyectos la soledad de los montes por donde transitamos; sin que pueda

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