Artigas, El Mar y los Rios

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Los corsarios de Artigas ejercitaron plenamente se derecho, cuyo procedimiento estaba reglamentado por la Ordenanza General del Corso, y los artículos catorce, quince y diez y seis, particularmente, establecían la "moderación" con que debía actuarse. Las protestas por esta circunstancia se repitieron por parte del Director Supremo y del Generalísimo portugués. Los Tribunales de Presa Para que las naves tomadas al enemigo fueran declaradas "buena presa", era necesario que se tramitara un juicio ante un tribunal competente. Quien capturaba una nave al enemigo no podía determinar, por sí, sobre la propiedad de los actos de incautamiento, de la legitimidad y buen uso hecho de los reglamentos que habían presidido la toma de posesión. No podía librarse la adjudicación, a quien realizaba la captura, puesto que tal circunstancia hubiera determinado una práctica viciosa. La atribución definitiva se llevaba a cabo por el Estado autorizante, quien instalaba el instituto capacitado para ello: el Tribunal de Presas. En la América del Sur fue particularmente importante, el instalado en Juan Griego, en la isla de Margarita, bajo la jurisdicción del gobierno venezolano. Existieron también Tribunales de Presas en las Antillas y en el Golfo de Méjico. En los Estados Unidos no existieron y allí la acción se sustanciaba ante los tribunales judiciales de cada estado. Los ingleses tenían en la isla Antigua, su Tribunal, habiéndose juzgado allí, por lo menos, una presa de un corsario de Artigas. Los Corsarios de Artigas en el mar Cuando apareció en Buenos Aires la patente de Artigas, se hicieron al río, comisionados por el Protector, navíos de desplazamiento mayor. La consecuencia se sintió inmediatamente, ya que las noticias de los meses siguientes se referían a apresamientos y visitas hechas hasta la altura del Cabo Santa María. Montevideo se había convertido en una trampa, para el comercio que venía de Río de Janeiro, ya que la capital oriental, se veía, constantemente asediada, por un número extraordinario de corsarios. La zona de Santa María a Río Grande era permanentemente patrullada por los corsarios y no pasaba barco indemne. El subterfugio de los capitanes portugueses, de izar pabellón de los ingleses o norteamericanos, no engañaba ya a los corsarios, quienes, visitaron todos los barcos que pasaban por esa latitud. Paulatinamente, el corso artiguista fue alcanzando la latitud de la isla de Santa Catalina y al llegar ante la capital del Brasil, sus incursiones provocaron en las autoridades de Río de Janeiro y de Lisboa, un estado de temor tal, que se echó mano a todos los recursos disponibles. Convoyes, patrullas, refuerzos a la flota, todo se ensayó y todo fue inútil. Las poblaciones marineras de Bahía, Pernambuco, Natal y luego Ceará y Maranhao, presenciaron, con extrañeza, los ataques a su navegación llevados a cabo por barcos que arbolaban una bandera desconocida. Los rendimientos del corso en el año 1817, fueron remuneradores, y se mandaron a Buenos Aires muchas presas, para allí ser juzgadas y vendidas. No obstante, los acontecimientos de la política local, debían ejercer una influencia decisiva en la evolución del corso y en las zonas en que se desarrollaba. La firme actitud asumida por el Jefe de los Orientales ante la política

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