Artigas, El Mar y los Rios

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El pueblo oriental se había encontrado a sí mismo, y se había dado un conductor indefectible; de ahí en adelante, su historia y la de su jefe José Gervasio Artigas, serán la página más auténtica de la Revolución de Mayo. Al firmarse el “Armisticio de Octubre” o Tratado de Pacificación en 1811, entre el triunvirato y el Gobierno de Montevideo, se formalizó el levantamiento del sitio a esta ciudad, Artigas, su pueblo y sus fuerzas debieron retirarse de la banda oriental.(1). Los orientales, ante el hecho consumado aceptaron que el ejército auxiliador retornara a Buenos Aires, pero rechazaron los términos de la negociación. La duplicidad con que habitualmente

se

manejarían

los

representantes

porteños

se

puso

de

manifiesto

tempranamente. Mientras conversaban con los orientales, asegurando “…la entera adhesión de aquel gobierno a sostener con sus auxilios nuestros deseos…” el representante José Julián Pérez tenía en el bolsillo el proyecto de Convenio con Elío, por el cual se establecía que las tropas de Buenos Aires ”…..debían desocupar enteramente la banda Oriental sin que en toda ella se reconozca otra autoridad que la el Exmo. Sr. Virrey…”. Pensamos que esta última disposición trascendió al pueblo en armas el día 23 de octubre, en el transcurso de la retirada del ejército, al cruzar el río San José, y que allí, sintiéndose los orientales “abandonados a sí solos” y roto, por el Armisticio, “el lazo nunca expreso” que los ligaba al gobierno de Buenos Aires, celebraron “el acto solemne, sacrosanto siempre, de una constitución social”, erigiéndose “una cabeza en la persona de nuestro dignísimo conciudadano don José Artigas”. El cuerpo de la orientalidad naciente se unimismaba así con su interprete y conductor, erigido para siempre en “cabeza” pensante y forjadora de sus destinos. Engañado y defraudado, el pueblo oriental se enfrentó a la alternativa de someterse a la autoridad del Virrey o emigrar. Y decidió entonces, iniciar la fascinante aventura del Éxodo, “…elevándose gloriosamente sobre todas las desgracias, en esa “crisis terrible y violenta…”. (5) El propio Artigas se encargará de definir la conducta de los orientales en tal circunstancia: “…Ellos se creyeron un pueblo libre con la soberanía consiguiente, unos hombres que abandonados a sí solos se forman y reúnen por sí…”. La Asamblea tomó entonces su primera decisión definitoria al no aprobar el tratado que el gobierno de Buenos Aires había ratificado. De inmediato resuelve continuar la guerra. Y, por fin, se llegó a la decisión más trascendente: trasladarse “…con sus familias a cualquier punto donde puedan ser libres a pesar de trabajos, miserias y toda clase de males…”. En esa pericia compleja, contradictoria y dramática, el pueblo oriental surge como entidad social, adquiere conciencia de constituir una unidad política y d ela necesidad de ser dueño de su propio destino. Así lo dirán más tarde los jefes orientales, al dirigirse al gobierno de Buenos Aires: “…celebramos el acto solemne, sacrosanto siempre de una constitución social….” (6)

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