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Eider Rodríguez (España

Eider Rodríguez

España

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©Lander Garro

Nací en Rentería, un pueblo del País Vasco de 40 mil habitantes, al que bautizaron como La pequeña Manchester, por su poderoso núcleo industrial y que ejerció de imán entre numerosos españoles que necesitaban trabajar y no tenían dónde. Mis padres, trabajadores en una empresa familiar de material de construcción, vieron la educación como una herramienta de ascenso social, y nos trasmitieron, a mi hermana y a mí, la importancia de la cultura en general y de la lectura en particular. Eso, sumado al hecho de que ambos trabajaban muchas horas y mi hermana no vino al mundo hasta tener yo ocho años hizo de mí una niña aburrida, solitaria y vagabunda, que se dejaba caer en los libros como si fuesen agujeros negros. De ahí mi afición a estudiar: tras pasar por la Universidad del País Vasco, la Sorbonne de París y la Complutense de Madrid, me licencié en publicidad y me doctoré en literatura. Publiqué mi primer libro de relatos, Y poco después ahora, a los 26 años, al que sucedieron Carne (2007), Un montón de gatos (2010) y Un corazón demasiado grande (2017). También he escrito cómic (Santa familia), ensayo (El cuerpo de las escritoras y El mar es el único camino) y realizado alguna traducción (Le bal, de Irene Nemirovsky).

Tras haber trabajado como camarera, editora, guionista y traductora, soy ahora profesora en el área de lengua y literatura de la Universidad del País Vasco. Vivo en Hendaya, un pequeño pueblo fronterizo y costero, alejada del ruido, con mi familia, mis árboles, mis plantas, mis libros y mis gatos.

Credo cuentístico

Recordar, cada vez, por qué escribo. Sentir, cada vez, lo que escribo. Recordar, cada vez, sentir lo que escribo. Solo quiero contar historias, nada más. Solo quiero entender las vidas, nada más. Solo quiero estar más cerca del mundo, de la gente, de la vida, no hay más. Hacerlo con amor, aunque esté llena de odio. Solo quiero que alguien lea lo que he escrito, darle placer a ese alguien con lo que yo he sentido, visto, escrito, aunque no me pertenezca. Recordar la emoción, no perderla de vista. Recordar el viaje interno, no perderse por el camino. Recordar que es una tarea humilde, que es una tarea antigua. Tratar con respeto el oficio y a mí misma, la escritora. Escribir a corazón abierto y con la respiración ligera, o no escribir. Escribir con todo el cuerpo, no solo con la cabeza, sentir hacia dónde quiero ir, qué quiero contar, qué es lo que realmente quiero contar, adónde quiero ir realmente. No olvidar nunca que estoy contando una historia, no más, ni menos. No perder la mirada de niña. No olvidar el placer de las sesiones de lectura de cuando era niña, leer es algo bueno y excitante (aun cuando sea triste y doloroso), es por eso que quien escribe no debe andar lejos de ahí, de algo bueno y excitante. No perder de vista a mi abuela: aun en su lecho de muerte sus palabras significaban lo que ella quería que significasen. Era ella quien las elegía, y no al revés. No hay nada más delicado ni más poderoso que eso. No hay técnica ni metáfora que se le asemejen. No olvidar que hay y ha habido millones de escritoras en el mundo, soy solo una más, y antes de nacer yo era solo una menos. Siempre va a gustarle, interesarle a alguien lo que escribo, aunque sea malo; siempre va a desagradar, aburrir a alguien lo que escribo, aunque sea bueno. No juzgues. Confía. Intenta la libertad. Confía en la libertad. Y ahora sí: escribe.