3 minute read

Tessa Hadley (Reino Unido

Tessa Hadley

Reino Unido

Advertisement

Nací en el oeste de Inglaterra. Mi padre era maestro de escuela y trompetista de jazz, y mi madre era ama de casa y hacía vestidos por encargo. Tenía un hermano menor. Tuve una infancia feliz, algo que se supone obstaculiza la carrera de cualquier escritor. Eso sí: me tardé mucho en comenzar a escribir. Escribía constantemente, pero fracasaba en todos mis intentos. En esos años me casé y así llegaron a mi vida tres hijastros; luego tuve tres hijos de sangre. También di clases de literatura, que fue, y sigue siendo, uno de mis grandes placeres en la vida.

De forma un tanto milagrosa, cuando ya tenía cumplidos más de cuarenta, y a través de un proceso que me sigue eludiendo, me descubrí escribiendo cuentos que se leían como siempre quise que se leyeran: como si fueran míos. Ahora ya he publicado seis novelas y dos libros de cuentos. Sigo dando clases de literatura (soy profesora del programa de Escritura Creativa de la Universidad de Bath Spa) y escribo reseñas para varias revistas y periódicos de Reino Unido, lo cual sirve mucho para mantener la mente afilada y para entender qué funciona y qué no cuando escribes ficción. Durante 30 años, cuando mis hijos estaban creciendo, vivimos en Cardiff, la capital de Gales. Pero ahora que mis hijos han crecido y se han mudado a sus propias casas, mi pareja y yo nos hemos mudado a Londres, lo que ha sido toda una aventura.

Credo

Todos cargamos con cuentos. Cuentos que nos cuenta la familia, los amigos, que escuchamos en las noticias. Nuestras aventuras, revelaciones, decisiones y accidentes. Muchos y muchos accidentes. Los cuentos y las historias son, para mí, la parte más profunda y fundamental de la escritura: elegir contar una cosa que sucedió en lugar de otra. Todas las culturas relatan los acontecimientos que les ocurren. Hace poco apunté, en una novela, lo siguiente: “Los acontecimientos exteriores importantes que les suceden a las personas resultaban más misteriosos que los tumultos de la vida interior, a los que les asignamos una importancia tan mayúscula”. Son palabras en las que creo firmemente.

Creo que la vida ocurre en cuentos. Es probable que sea apenas hoy, en tiempos modernos dominados por la cultura burguesa, que la vida ha adquirido el largo aliento de una novela, y se le ha buscado dar la importancia que tiene en dicho género. La bondad de un cuento recae en que no tiene necesidad de ínfulas, no busca retratar la totalidad de la vida. Un cuento es un pedazo o un fragmento; y buena parte de nuestra experiencia vital es como fragmentos o pedazos.

Aprendí a escribir cuentos cortos y a hacerlos funcionar antes de lanzarme a la ambiciosa tarea, digna de ingeniero, de hacer marchar una novela. De hecho, escribí mi primera novela con un recurso ingenioso: escribí una serie de cuentos sobre las mismas personas, en orden cronológico, y luego los uní. Lo recomiendo como técnica: obliga a que cada capítulo tenga la tensión y la espesura de un cuento. Las novelas, en cambio, corren siempre el riesgo de sucumbir, por su largo aliento, al aburrimiento.

Me encanta leer cuentos. Tengo muchos autores favoritos: Chéjov, Borges, Cortázar, Eudora Welty, John McGahern, Alice Munro, y muchos otros. Entiendo, sin embargo, por qué algunos prefieren, noche tras noche, regresar a la misma novela, con los mismos personajes: es tan reconfortante como regresar a cada noche a tu casa. Un libro de cuentos exige más esfuerzo. Cada cuento obliga al lector a aprender, nuevamente, a leer y a cuestionar. ¿Quiénes son estas personas? ¿Qué están haciendo? ¿Por qué lo hacen? A mí, sin embargo, me gusta la lectura exigente. Es mi forma predilecta de ejercicio.