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Mariana Enriquez (Argentina

Mariana Enríquez

Argentina

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Soy Mariana Enríquez y tardé muchos años en lograr mi primer cuento. Cuando empecé a escribir estaba en la secundaria y aunque no tenía del todo claro lo que quería -en ningún sentido-, me incliné por la novela. Y así mi primer libro fue Bajar es lo peor, una novela sobre la noche y los excesos y un intenso romance gay. Hubo una segunda, más oscura y triste, en 2004: Cómo desaparecer completamente. Siempre leí cuentos: soy argentina, es el país de Borges, Cortázar y Silvina Ocampo. El cuento es y fue un lenguaje a mano y familiar, pero no lo escribía. Necesité una decisión para hacerlo. Perdón: estoy contándolo mal. En realidad me pidieron un cuento para una antología, un libro que recopilaba a jóvenes escritores argentinos. Y me dije: ok, lo hago, pero será un cuento de terror y tendrá una narradora femenina. Nunca había hecho ninguna de las dos cosas o, mejor dicho, las había intentado con resultados desastrosos. El miedo no daba miedo porque estaba copiado de las narraciones anglosajonas; las narradoras no tenían voz propia porque hablaban como yo: aún no había comprendido que ser mujer no es una condición para escribir narradoras femeninas. La experiencia puede ayudar en detalles, pero la construcción de un narrador, cualquiera sea su género o especie, es algo bien distinto a quién es el autor. De modo que fue un riesgo doble que salió bien. El cuento se llama “El aljibe”: trata de los traumas y las condenas de las familias. También tiene un poco del santoral pagano argentino. Lo publiqué en Los peligros de fumar en la cama y fue la puerta que se abrió para poder escribir cuentos y disfrutarlo.

Credo

1. Prefiero escribir los cuentos de una sentada o en un día. Si la escritura se extiende en el tiempo creo que pierden potencia, o que esa especie de sueño que construyen se rompe. Si resulta imposible escribirlo un cuento así, al menos dejo sentado por escrito cuál es el plan restante, para volver al otro día y de inmediato completarlo. 2. La corrección es escritura. Un cuento no está terminado hasta que no pasó por varias revisiones, a veces muchas. En general, con el cuento, el método de preferencia es el de sacar, pero últimamente no estoy tan segura de esa norma. A veces la elipsis es tan extrema que el relato se vuelve incomprensible y es apenas un elegante ejercicio de estilo. No hay que contar de más, pero tampoco hay que tener miedo de contar mucho si hace falta. 3. Creo que en los cuentos la idea es más importante que los personajes. Los personajes deben ser potentes y verosímiles, pero lo más poderoso debe ser la idea. 4. Los cuentos no son cajas de seguridad: no deben estar cerrados. Tampoco son parques: no deben estar abiertos. Se cuenta lo que se sabe. No hay por qué tranquilizar al lector atando cabos prolijamente como si el mundo fuese un lugar comprensible (que no lo es) y darle un lugar de confort en la literatura, cuando lo que debe ofrecerle son preguntas e inquietud –y si es posible, belleza–. Tampoco debe dejarle una incertidumbre relacionada con la pereza del autor: es decir, no te cuento lo que pasa porque no tengo ganas y prefiero el efecto etéreo del final abierto. Ese balance es de los más difíciles y se consigue escuchando al relato: estar seguros de lo que nos puede decir. 5. Muchos cuentos se parecen los unos a los otros porque los escritores tenemos obsesiones y solemos repetirlas. No hay que preocuparse: hay que elegir cuál nos gusta más, publicar o mostrar el elegido y guardar los otros, que quizá guarden buenas ideas para usar en el futuro. 6. Para escribir hay que leer. Esto parece una tontería, pero es fundamental. Si uno quiere escribir uno de esos cuentos magistrales de Alice Munro o Ali Smith, con varios puntos de vista y saltos temporales, hay que leerlas y estudiar cómo lo hacen. Si uno quiere causar la inquietud desconcertante de Amparo Dávila o Robert Aickman, lo mismo: hay que leerlos con atención para intentar comprender cómo lo logran. 7. Nuestro cuentista favorito quizá no sea el más influyente en nuestros relatos. Las influencias suelen ser misteriosas, y a veces inesperadas.