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Jorge Consiglio (Argentina

©Magdalena Siedlecki

Jorge Consiglio

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Argentina

Nací en Buenos Aires en 1962 y estudié la carrera de letras. Empecé a leer y a escribir poesía en la adolescencia. Creo que los primeros poetas que me deslumbraron fueron los españoles de la Generación del 27. Recuerdo el enorme impacto estético que me provocaron los textos de Cernuda, de Vicente Aleixandre y de Rafael Alberti. De la poesía pasé a la narrativa, pero, de todas formas, creo que este primer paso lírico se transformó en un punto de abordaje hacia la literatura en general. En otras palabras, en mis relatos resuena un eco que proviene de la poesía, una mirada – una huella estética− que nunca abandoné. Este rasgo se manifiesta, creo, en una sintaxis particular que caracteriza a mis textos y en el uso que hago del silencio.

Lo primero que escribí en prosa fueron cuentos. La matriz de estas primeras narraciones tenía que ver con la resolución de un enigma o con la circulación de un secreto que funcionara como articulador de la historia pero, con los años, esta condición se fue desdibujando. Es decir, la intriga se volvió híbrida, dejó de depender de la historia y empezó a obedecer a la deriva del lenguaje. Este primer libro de cuentos se llamó Marrakech. Después, escribí tres novelas, El bien, Gramática de la sombra y Pequeñas intenciones, que comparten dos preocupaciones: el tema de la forma −me refiero al quiebre de la cronología y la cuestión de relatar en zigzag−, y el asunto del narrador y su compromiso con la materia narrativa. Estas mismas ideas siguen gravitando en mis textos recientes: dos novelas, Hospital Posadas y Sodio, otro libro de cuentos, Villa del Parque, y una nouvelle, Tres monedas. 31

Credo cuentístico

Disfruto de la lectura y de la escritura de cuentos, ya sean clásicos, fieles a una estructura inalterable, o relatos menos ortodoxos, en los que se quiebra la progresión dramática y las escenas no evolucionan hacia un final sorpresivo. El primer acercamiento al género lo tuve en mi casa paterna, y me llegó a través de la oralidad. Mi papá trabajaba en el centro de la ciudad; nosotros vivíamos en un suburbio. A la noche, en la sobremesa, él contaba su día. Los hechos eran nimiedades. Narraba asuntos cotidianos –su relación con los compañeros de oficina, las intrigas, las charlas junto a la máquina de café−. Sin embargo, algo en sus maneras hacía que esos relatos fueran especiales. Cada historia, sin negar lo trivial, ganaba espesor, multiplicaba su sentido.

Pasados algunos años, cuando empecé a escribir ficción, se me vinieron a la cabeza aquellos cuentos. Quería replicar su eficacia. Procuré separar los elementos que los volvían tan potentes. Uno de los más importantes, a mi entender, se relacionaba con la economía del relato. Mi papá contaba lo justo. Era exacto. Su cuento mantenía siempre la tensión –la intriga jamás se debilitaba−, pero esto no significaba que no se ocupara de los detalles. Además, la noción de economía tenía que ver también con las escenas que elegía para contar; en otras palabras, con el recorte que potenciaba aquello quedaba por fuera del relato, lo no narrado. Otro elemento clave era el tono que usaba, que dependía de la distancia que alejaba su voz de lo que estaba contando. Lo variaba de acuerdo a las necesidades del relato. En ciertos momentos, se acercaba –opinaba acerca de los hechos, se involucraba− y, en otros, tomaba distancia, su voz perdía temperatura.

Mi padre tenía una destreza: podía amordazar su emocionalidad a discreción. Esos vaivenes instituían el sonido de su historia. Y ese sonido contribuía a la verosimilitud y, asimismo, propiciaba la incertidumbre del cuento. El último -aunque no por eso menos importante- ingrediente que hacía de aquellos cuentos piezas únicas era el tratamiento del final. Por lo general, escapaba a las conclusiones o a los epílogos. El desafío se cifraba en la forma abierta o deshilachada. Esos cierres involucraban al receptor, le daban una responsabilidad. La apuesta de mi padre se cifraba en la incertidumbre, y esto, me parece, resulta en una clave ética y estética de lo que uno se propone narrar.