Septiembre2013

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Diálogo vs. Intransigencia Jorje H. Zalles ¿Por qué se dio la guerra civil en Siria, que ya ha matado a más de 100.000 personas y ha provocado el éxodo de un millón más en calidad de refugiados? ¿Por qué existe una alta probabilidad de que Egipto se deslice hacia un horror similar? ¿Por qué un miembro del Talibán quiso matar a la niña paquistaní Malala Yousoufzai? ¿Por qué, más generalmente, se han dado las muchas revoluciones que conoce la historia –la francesa, la mexicana, la rusa, para nombrar a tres de las más conocidas y sangrientas- y todos los miles de eventos de violencia social en todas partes del mundo? Quienes tenemos el privilegio de no vivir y de nunca haber vivido en ese tipo de circunstancia tenemos la dorada oportunidad de poder reflexionar sobre estas preguntas, no en los cementerios, enterrando a nuestros hijos muertos en bombardeos, o en los hospitales, acompañando a un hermano, una madre o un amigo que fueron víctimas inocentes, sino en la comodidad en la que usted está leyendo estas líneas. Tenemos la posibilidad de reflexionar acerca de, y tal vez de cambiar, un hábito muy común entre nosotros, que marca la diferencia entre sociedades que, en el extremo, dejan de ser viables y, del otro lado, sociedades que conservan su capacidad para responder de manera constructiva a nuevos desafíos. Me refiero al hábito de confrontar, de manera dogmática e inflexible, a la persona cuyas creencias, valores y actitudes son diferentes de las nuestras.

Oímos preguntar con frecuencia “¿Cómo vas a creer?” o ”¿Cómo puede ser posible que…?” Pregunto a mis estudiantes “¿Quiénes entre ustedes creen que el que piensa distinto es un pobre idiota?” y un alto porcentaje de ellos levantan la mano. Muchos entre nosotros creen que su forma de pensar es “la correcta” y que en consecuencia, las demás formas de pensar están “equivocadas”. Ahí está uno –no el único, pero ciertamente unode los orígenes de la violencia social: la propiedad de la verdad, el dogmatismo, la intransigencia, el simple irrespeto por aquella otra persona cuyos criterios difieren de los propios. En el otro extremo, podemos peguntarnos ¿Qué hizo posible el Pacto de la Moncloa en España, que permitió el restablecimiento de la democracia luego de la larga dictadura de Franco? ¿Qué hizo posible la concertación en Chile que logró el mismo resultado luego de Pinochet? La respuesta en ambos casos, y en muchos otros, que demuestran que ésta es una opción viable, es la voluntad de no ver al que piensa distinto como enemigo, la apertura al diálogo y a la búsqueda de consensos. Acepto que esa posibilidad no es válida en todas las situaciones: por ejemplo, si encuentro a algún desalmado queriendo violar a una de mis nietas, no sería válido para mí, y creo que para nadie, proponer una negociación. De acuerdo. Hay situaciones extremas, no negociables.

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