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Las palabras de la madre del Padre Raymond Pendleton fueron fundamentales para su vocación

POR SUSANNE JANSSEN

“Entusiasmado y un poco nervioso…” Fue la primera respuesta del diácono Raymond Pendleton cuando le preguntamos cómo se sentía, unas semanas antes de su ordenación. Después de ocho años en el seminario, sabía que estaba a punto de entrar en una fase completamente nueva de su vida.

Pendleton ha estudiado durante los últimos tres años en Roma y seguirá especializándose en Derecho Canónico durante dos años más. Convertirse en sacerdote no estaba en sus planes, a pesar de haber crecido en una familia muy comprometida con la fe Católica: “Soy el segundo de nueve hijos; todos somos muy unidos y pasamos mucho tiempo juntos”, dijo. Guarda muy buenos recuerdos de su pequeño pueblo Benavides, donde creció y pasó mucho tiempo con su familia y con la comunidad de su parroquia, asistiendo a muchos eventos y convirtiéndose en monaguillo después de su Primera Comunión y hasta terminar la escuela secundaria.

Cuando se fue a la universidad, su madre le dijo: “No me importa si repruebas todas tus clases o regresas a vivir aquí de nuevo con nosotros, pero por favor, ve a Misa cada domingo”. Estas palabras resonaron en los oídos de Pendleton mientras pasaba su primer domingo en el dormitorio de Texas A&M Kingsville. “Tenía la intención de dejar atrás mi fe; porque cada vez era menos relevante para mi, pero recordaba las palabras de mi mamá, así que iba a Misa al Newman Center”.

Las Misas dominicales y otros eventos en el Centro Newman lo acercaron a Cristo y a la Iglesia, pero ese primer domingo tuvo un impacto duradero en su vida. “Vi a universitarios de mi edad yendo a misa sin sus padres. No podía creer eso”.

Posteriormente fue invitado a ir a Misa diaria, y lo eligieron para ser monaguillo. “Me enamoré de la Misa”, recordó. Después de varios meses, comenzó a prestar más atención a lo que hacía el sacerdote y sintió que él podía hacer lo mismo. En su segundo año, lo invitaron a un retiro vocacional y comenzó a pensar en el sacerdocio, pero no hizo nada para continuar con ese pensamiento. Llegó otro retiro, esta vez de la Diócesis, y se sintió feliz, estaba dispuesto a recibir lo que le dieran, pero tenía una sensación de malestar en el estómago. “Esta vez no podía retrasarlo más, entendí que tenía que postularme para el seminario”.

En ese tiempo estaba cursando una doble especialización en Educación y Comunicación y se planteó la disyuntiva: terminar su carrera o ingresar al seminario de inmediato. Después de discernir en oración, confió en Dios y dejó de buscar la licenciatura.

El siguiente paso era hablar con su familia: “Llamé a mis padres y les dije que tenía que compartir algo importante con ellos y que tenía que ser en persona”. Sus padres viajaron a Kingsville para reunirse con él. No se sorprendieron: “Eso ya lo sabíamos”, dijo su mamá con una sonrisa. Sus hermanos y amigos también lo apoyaron.

A caso ¿se presentaron algunas dudas después de esa primera claridad? “La vida sacerdotal está llena de responsabilidades. -Me preguntaba si podría llegar a hacer algo como esto”, recuerda. Fue a través de la oración que comprendió que no lo iba a hacer solo,- “Cristo lo hace. Él es el que trae la curación”. Superó sus dudas recurriendo a las Sagradas Escrituras y mirando a los apóstoles Durante su formación atesoró la posibilidad de compartirlo todo con un sacerdote para recibir orientación. Y todo ayudó; la guía sacerdotal, las asignaciones parroquiales en el verano, el Refugio Madre Teresa y la cancillería contribuyeron para volverlo más compasivo y dispuesto a ofrecerse “como lo hizo Cristo”.

Alentaría a todos los jóvenes atraídos por el sacerdocio o la vida religiosa a hablar con un sacerdote, un hermano o una hermana y “probar cómo es vivir en una comunidad”.

Pendleton, que acaba de cumplir 29 años, agradece a todas las personas de la Diócesis por su apoyo: “Gracias por todas sus oraciones, su generosidad y actos de bondad. Si me hago sacerdote, no es por mi propio poder, sino porque tú me ayudaste”.