Ventana Social Nº 19

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CRÓNICA

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“En las alamedas que se extienden traspasada la línea del ferrocarril se construyeron quioscos de ladrillo, que popularizaron el lugar y animaron el ambiente”

porque los campos de trigo que encierra están bien regados. Allí los habitantes se reúnen para hacer ejercicio y gozar de la sociedad a la sombra de los altos árboles”. Años después es el viajero y político francés Alexandre de Laborde el que hace la siguiente descripción: “Su belleza es poco común. Están formados por un gran número de avenidas, anchas, largas, extendidas entre la ciudad y el río y dispuesto de forma que paseándose pasan de la una al otro. Sembradas de árboles muy altos que le dan sombra, estos forman, en algunos, magníficos enramados que los cubren completamente”. A Pedro Lapuente, corregidor entre 18141819, se debe la apertura de nuevas alamedas, repoblando y replantando las existentes, consciente ya de su importancia como espacio natural en una Lorca que va extendiéndose paulatinamente hacia el llano. Es obra suya la que desde el río iba hasta el Óvalo de Santa Paula conocida antiguamente como Duque Príncipe de Vergara o de Espartero y en la actualidad Avda. Juan Carlos I. Otro valioso comentario lo ofrece el ilustrado lorquino José Musso en 1830: “Fama tienen las alamedas de Lorca y deben tenerla. Calles de árboles, particularmente olmos y chopos con algunos, aunque pocos, sauces de Babilonia mezclados con varios arbustos se cruzan en diferentes direcciones y se alargan y multiplican por la parte oriental del pueblo. Algunas de ellas sirven sólo para la gente de a pie, cerrada la comunicación a los carruajes. A uno y otro lado se esparce la vista por campo cubierto de varias plantas según la estación, entre las cuales se ven barracas y casitas rústicas. […] De trecho en trecho se forman óvalos con asientos de piedra que tienen respaldos de hierro pintados de verde y en figura de verjas. La vista es hermosa y la sombra agradable”.

A las alamedas, como la del Afino, se solían trasladar los mercados semanales cuando se declaraban epidemias por ser lugares abiertos y más saludables. Lo mismo ocurría en el periodo estival para paliar el calor, como pregonaba en 1873 un bando del alcalde, que al mismo tiempo advertía “que se cuide de no estropear los paseos, ni árboles, bajo la multa de 15 pesetas a los que produzcan daño”. En el siglo XX, algunas alamedas van a acoger nuevas viviendas unifamiliares y renovar su mobiliario, principalmente las que arrancan perpendiculares a la actual avenida Juan Carlos I en el tramo que llegaba hasta la vía del tren. La alameda de la Constitución, llamada comúnmente de las Columnas por haberse ubicado allí a mediados de los 50 un pórtico de columnas de la antigua fábrica del Afino, adquiere relevancia, y además de la monumental portada, instala nuevo solado, grandes farolas, bancos y una fuente de piedra que antes estuvo en la plaza mayor. En las alamedas que se extienden traspasada la línea del ferrocarril se construyeron quioscos de ladrillo, que popularizaron el lugar y animaron el ambiente. En cuanto a los nombres que las identifican, antiguos y actuales, valga esta muestra: alameda de Sedano, de los Carros, Menchirón, de los Pescadores, de los Tristes, Ramón y Cajal, Fajardo el Bravo, Margarita Lozano… No sé quién dijo que una ciudad sin árboles es una ciudad muerta. Por suerte, Lorca cuenta con este acogedor jardín urbano, lleno de olor y vivos colores, al que los lorquinos han estado vinculados de modo afectivo. Ojalá que este lugar conserve por siempre su esencia, el espíritu sosegado y silencioso que lo hace único, para deleite nuestro y de las generaciones futuras.

“Ojalá que este lugar conserve por siempre su esencia, el espíritu sosegado y silencioso que lo hace único”


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