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¿DIOS NOS CONDENA?

Existen personas que creen que el Infierno no es un lugar real, sino un invento de la Iglesia o de ciertos grupos religiosos para asustar a la gente. Piensan lo mismo del demonio. Pero, ¿están acertados estos? O, ¿realmente existe un lugar en el que van aquellos que hacen el mal?

El lugar donde “...habrá llanto y rechinar de dientes...” (Lucas 13, 28) es un lugar que la Biblia misma lo menciona. No aparece sólo una vez, sino que se mencionan numerosas apariciones y también se habla del demonio. No me expresaré sobre esto, sino que exploraré cómo puede entenderse mejor el infierno y quiénes van allí.

El experto en Demonología, el Padre Fortea, dice que por el momento el Infierno es un estado del espíritu y que, en algún momento, será “un lugar”. No va a ser un lugar frío (como Dante lo describe) ni de un calor intenso. El “fuego eterno” y todos los adjetivos que se usan para describir el Infierno no son otra cosa que figuras literarias para tratar de explicarnos lo que sería no estar con Dios . Esto no es tanto algo físico - cuando volvamos a nuestro cuerpo -, sino algo del alma, el tormento de saber que vivimos apartados de Él por elección propia.

Se dice que el demonio va a atormentar al hombre, pero, si el demonio está en el infierno, ¿quién atormenta al demonio? El P. Fortea ha llegado a la conclusión de que, el tormento del Infierno no es otra cosa que saberse lejos de Dios y no estar en una comunión de paz y amor. Pero, por qué si está lejos, ¿no se acerca? La razón es que no quiere. El Infierno es el propio aislamiento de la persona de Aquél que es su fuente de vida.

La respuesta que da la Iglesia es que es posible que aquellos que no lo conocieron tienen la posibilidad de salvarse , sobre esto hablaré en otro escrito. Por el momento, la única puerta es Cristo y sólo por Él nos salvamos, aunque la forma de salvarse de aquellos que no lo conocieron nos es desconocida.

Así que, ¿Dios nos condena? No. ¿Acaso no nos quiere? Si, pero forzarnos a vivir con Él cuando nuestra alma y nosotros mismos no queremos sería ir contra nuestra libertad . El mal y el bien existen porque Dios lo permite. Para poder amarlo tendría que dejarnos la elección de hacerlo porque el amor requiere que sea libre y voluntario. Si Dios nos ama libremente, ¿no debería ser recíproco? Nosotros no podemos amar a Dios cómo Él nos ama, pero, gracias a que somos parte de Cristo, vale todo lo que hagamos.

En conclusión, nadie debe ser obligado a estar donde no quiere y a amar, a quien no ama. El Infierno parece ser más bien la existencia sin Dios y el no estar con Él, es lo que nos atormenta por dentro, ese fuego eterno. No hay forma de comprobarlo (y esperemos no llegar a constatarlo). Pero, si lo único que nos puede llenar es Dios, ¿qué será apartarlo de nuestra vida?

Los demonios tuvieron una prueba análoga a la nuestra. Dios no se les mostró cómo era, pero, sabían de su existencia . El problema llegó cuando quisieron tener una vida sin Él, en ella, poco a poco se desviaron. Él los llamó; unos rectificaron y otros prefirieron seguir en su negativa. Llegado el momento, Dios se mostró como es (y como lo llegaremos a ver).

Aquellos que amaban a Dios se quedaron a su lado, aquellos que lo repudiaban ya estaban muy lejos de Él.

Lo último es el lugar de tinieblas: el rechazo a la visión y contemplación de Dios . Al final de nuestra vida seremos nosotros mismos los que digamos sí a Dios o no . Pero, ¿quién, viendo a Dios, lo rechazaría? Aquí nos encontramos en el meollo del asunto. ¿Por qué no estaría con Dios, mi Creador?

Dios no es el qué nos dice que no. El Cielo es estar en comunión con Él, recibiendo su amor y nosotros correspondiendo. La condenación es el resultado final de una vida rechazando a Dios y, en el momento del Juicio, rechazarlo por la eternidad. A esto se le llama la disposición del alma: qué tan inclinada está a Dios. Entonces, ¿no importa confesarme? Sigue importando. Las dos cosas van de la mano: si recibimos la gracia de Dios y estamos cerca de Él, aquí, aceptar vivir con Él por la eternidad será más fácil. El morir en pecado quita la comunión con Él, así que deberíamos morir en gracia para estar dispuestos.

En resumen, el Infierno es el no poder ver a Dios. El condenado se verá cara a cara con su Creador y uno mismo decidirá a dónde va a parar. La visión de Dios puede ser agradable o odiosa, todo dependerá de cómo se encuentre el alma. Sin embargo, hay quienes no lo conocieron, no entablaron una relación con Dios, no escucharon sobre Él.

¿Qué será de estas personas?

¿Se condenarán?

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