169 2008

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Hoy, al recibir los volúmenes de SLOPA que contiene toda una década de relatos, hechos, informaciones, reflexiones, estudios misioneros y antropológicos del acontecer de la Misión Sepahua, deseo expresar parte de mis sentimientos personales que, como misionero y como Obispo, llevo en mi interior.

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Para entender y comprender todo ese maravilloso contenido de SLOPA (19801989) es preciso remontarnos a la historia, no sólo de nuestra labor misionera en el Perú (año 1902), sino de la historia de la Misión Sepahua que comenzó el año 1947. Honor a nuestros misioneros que supieron dar respuesta a unas gentes, y en lugares sumamente extraños y aislados. Nosotros, misioneros dominicos, fuimos llamados, invitados, enviados, para atender una región selvática del Perú totalmente deprimida, por el aislamiento, la marginación y la opresión esclavizante de sus habitantes: los hijos de la selva. Fueron comienzos muy duros y beligerantes. Jamás los misioneros y misioneras (dominicas del Rosario) transgredieron. Aquellos heroicos misioneros fueron fieles a su misión; fieles al mensaje de Cristo, fieles a la integridad de un evangelio en el que no existía duda sobre el contenido de su doctrina. Desde la perspectiva misionera encomendada, había algo muy claro: la evangelización pasaba por el anuncio de Cristo que redimía, salvaba y liberaba; pero, dentro del contexto del hombre y de la mujer receptores del anuncio. Y el contexto era cruel, indigno, inhumano. Por ello, nuestros primeros Obispos, misioneros y misioneras, se dedicaron en cuerpo y alma al anuncio de Cristo, pero en el contexto de una atención en campos diversos: educación, salud, promoción humana, defensa de los derechos de unas personas que los habían perdido. Fueron batallas muy duras, pero, felizmente, se ganaron. La misión de Sepahua comenzó su andadura misionera el año 1947. El gran promotor fue el P. Francisco Álvarez. Él, en su visión providencial, vio con claridad meridiana que aquel lugar, encuentro del río Sepahua con el gran río Urubamba, podía ser sede y base de un Puesto Misional que podría abarcar las inquietudes cristianas, humanas, sociales, reintegradoras del rescate de la dignidad perdida, por verdaderos depredadores, de lo que hoy son llamados "derechos humanos". La ocasión misionera era única. Y no defraudaron. En medio de sufrimientos,

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