168 2008

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A manera de Editorial:

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La Resurrección del Señor

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Mons. Juan José Larrañeta, O.P.

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os encontramos en el tiempo de la Pascua, tiempo de N alegría, tiempo de gracia y de fe. La resurrección de

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Cristo y las sucesivas apariciones marcan el punto de inflexión en la vida de los Apóstoles y Discípulos. Aquellos seguidores de Jesús pasaron de ser medrosos, desesperanzados, escandalizados por la muerte ignominiosa del Maestro; pasaron, digo, a un optimismo indescriptible, una vez que "asimilaron" el hecho de la resurrección.

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La experiencia pascual, en los discípulos, nace del encuentro con Cristo resucitado. No nace de la nostalgia, del recuerdo, de la nobleza del mensaje. Para ellos fue muy difícil la convicción de que Cristo había resucitado. A pesar de que Jesús les había preparado en el transcurso de su vida pública, lo cierto es que el hecho de la resurrección los encontró sin memoria histórica y sin memoria bíblica. Sin memoria histórica porque Jesús, el Maestro, les había ido orientando hacia la necesidad de que el Hijo del Hombre debía subir a Jerusalén para ser muerto por los judíos, pero "al tercer día resucitaré". Les indicó a los tres predilectos en la transfiguración en el Tabor, "no cuenten esto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos". Sin memoria bíblica porque ellos, los apóstoles y los discípulos conocían la Escritura. Sabían que el Mesías había llegado y su destino era la resurrección después de pasar por el escándalo de la cruz. Se lo dijo, claramente, a los dos caminantes de Emaús: "Acaso, ¿no tenía que sufrir el Mesías estas cosas antes de ser glorificado?" Costó entender que el Maestro había resucitado, pero cuando lo aceptaron, cuando lo vieron en repetidas ocasiones y, sobre todo, cuando el Espíritu Santo les invadió por completo en aquel hermoso Pentecostés, aquellos sencillos hombres se lanzaron por el mundo, proclamaron las enseñanzas recibidas, construyeron comunidades y supieron culminar con el sacrificio del martirio todo cuanto habían aprendido de su Maestro. El misterio de la Resurrección de Cristo es una experiencia que penetra la profundidad y envuelve a la totalidad de la persona porque toca a la persona en su mismo centro. Se introduce en el corazón de Pedro y sus compañeros y los prepara para la Misión. A partir de la experiencia de la Resurrección los Apóstoles sufren el cambio, la transformación; las dudas se convierten en ilusión y pasión por la causa del Resucitado. La Resurrección provoca la fuerza vital, un masivo sentimiento de alegría, una fuerza inusitada que los hace inaccesibles al desaliento. Ante el fenómeno de la Resurrección de Cristo, no podemos caer en el pesimismo, en las densas tinieblas de nuestras dudas, en el escepticismo cruel. La Resurrección de Cristo garantiza que al final de la historia Dios acabará ganando. La Resurrección del Señor nos descubre que en cada hombre hay un grano, un brote que nada ni nadie podrá destruir. La Resurrección de Jesús nos impulsa a trabajar en el anuncio de Cristo que viene, sana, libera, prepara la salvación y nos encamina a la resurrección definitiva. Hermoso el proyecto que nace del Resucitado.

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