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CARTA DEL P. PROVINCIAL SOBRE LOS MÁRTIRES A la luz del testimonio de nuestros hermanos P. Javier Carballo, OP Prior Provincial El 28 de Octubre de 2007 será una fecha inolvidable y un día lleno de gracia y alegría para nuestra Provincia de España y para toda la Familia Dominicana. Nunca en la historia la Provincia ha vivido una beatificación tan numerosa: 37 frailes nuestros (74 miembros de la Familia Dominicana). Detrás de estas cifras hay personas concretas, con su rostro y su historia personales, con una biografía única y con una profesión dominicana que les une a nosotros como miembros de una misma familia. Además, tan cercanos en el tiempo que algunos incluso los conocieron, los tuvieron como profesores, escucharon su voz, sus ilusiones y temores. Estos mártires beatificados están muy próximos: son nacidos en nuestra tierra, vivieron en los conventos donde nosotros vivimos, rezaron y predicaron en nuestras mismas iglesias y, en lo esencial, llevaron una vida muy parecida a la nuestra. Por el camino de la vida dominicana llegaron a comprender y a vivir lo que dice el salmista: “Tu gracia vale más que la vida”. Y la gracia no les faltó sino que les sostuvo para mantenerse fieles en momentos de gran dificultad y sufrimiento. Hacer memoria agradecida de ellos es ser fieles a nuestra herencia. Podemos imaginarnos a muchos de los santos y santas haciendo obras portentosas y llevando una vida extraordinaria. Pero estos hermanos nuestros, tan cercanos, andando a diario por los lugares y caminos que nosotros recorremos, nos hablan de otra santidad: la que se hace en lo cotidiano de la vida, en la fidelidad sencilla al compromiso de seguimiento de Jesucristo, fidelidad probada en el sufrimiento hasta el final con la entrega de la propia vida. Nunca la santidad había estado tan al alcance de la mano, por el camino ordinario y cotidiano de personas “de nuestra misma pasta”. ¡No es extraño que nos emocione el testimonio de nuestros hermanos! La muerte de Jesucristo, el mártir por excelencia, no fue un hecho aislado y desconexo de lo que fuera su vida. Más bien fue el momento culminante de toda ella. Así es también para la vida y la muerte de sus discípulos. Nuestros hermanos aceptaron, como todo mártir de la historia cristiana, sufrir una muerte violenta antes que ser infieles al testimonio que habían dado durante toda su vida. Es, pues, ante todo a través de la propia vida –vivida hasta el fondo- como el cristiano llega a ser mártir. En este sentido, el martirio nunca se improvisa, sino que madura en las pequeñas fidelidades de cada momento al seguimiento de Jesús. Con esta beatificación la Iglesia quiere dar gloria y gracias a Dios y busca el bien de los hombres. Efectivamente, su objetivo es hacernos más fieles en la fe vivida en dificultades, más capaces de perdonar a los demás, más sensibles al sufrimiento de tantas víctimas en nuestro mundo, más trabajadores por la reconciliación y la paz. Es cierto que la celebración nos obliga a recordar un pasado histórico que a cada uno nos ha marcado afectivamente de forma diferente. Pero cuando en el relato bíblico se habla de hacer memoria, sobre todo se refiere al desvelamiento de la misericordia divina. El recuerdo está vinculado a la fortaleza que Dios da a los débiles, al perdón que ofrece por las infidelidades y al aliento que inspira para seguir esperando en sus promesas mientras caminamos por la historia. Estamos llamados a hacer memoria en sentido bíblicoevangélico, no en el sentido de la política o de una ideología. Por ello, queremos vivir la beatificación como impulso hacia la compasión y la comprensión, hacia una auténtica reconciliación desde la celebración del recuerdo y la alegría del reconocimiento eclesial. No hay mayor autoridad que la del mártir. Su testimonio es verdadera luz para nuestros pasos. Entre lo que su testimonio nos enseña hay un recuerdo desconcertante. Especialmente inquietante para quienes vivimos un cristianismo demasiado cómodo y burgués. Nos recuerdan que seguir a Jesús es peligroso. Permanecer cerca de Él tiene sus riesgos. Hasta que no se experimenta esta amenaza no madura una identidad cristiana y no se comprende el lugar del cristiano en el mundo. Tal vez por ello hay en los mártires un incomprensible “deseo” del martirio, para reproducir totalmente la vida del Maestro. En un cristianismo sin peligro por el Reino se oscurece la esperanza. De ahí que nuestros mártires sean, ante todo, “un signo de esperanza”.

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