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Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de las Casas (1992). En ellos, como en toda su extensa obra, propone una mirada solidaria y humanista al mundo de los pobres. Desde su visión, escribe que "la pobreza no es una fatalidad, es una condición; no es un infortunio, es una injusticia". Aventurarse en las páginas de sus libros nos conducen a constatar que ha seguido escrupulosamente las enseñanzas de Bartolomé de Las Casas, y que no olvida la que probablemente ha sido su máxima de vida, escondida en una carta que el ilustre dominico envió al Consejo de Indias en 1531: "del más olvidado tiene Dios la memoria muy reciente y muy viva". A ese olvidado ha dedicado toda su vida el Padre Gutiérrez. En razón de su tenaz y laborioso apostolado en defensa de los pobres, obtuvo un importante galardón en mayo del año 2003, cuando se hizo acreedor del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, "por su compromiso con los desfavorecidos". En el acta del Jurado de un concurso que evaluó a notables candidatos de muchos países se expresa que, debido a "su preocupación por los sectores más desfavorecidos", el padre Gustavo Gutiérrez fue señalado por el Jurado como un modelo ético y admirable "de tolerancia y de profundidad humanística". Rotundas palabras que también hacemos nuestras. En días recientes he realizado diversos viajes por el interior de nuestro país. He visitado Puno, Apurímac y el Cusco. En algunos lugares he visto de cerca los estragos de la pobreza. En otros, el temor y el recuerdo atroz de la violencia demencial que azotó a nuestro país en las décadas pasadas. En otros, el desaliento y la angustia de madres y padres que perdieron a sus hijos, a los que no han podido enterrar porque desaparecieron. En otros he conversado largamente con jóvenes universitarios que están dispuestos a integrarse al progreso y el desarrollo. Pero de todas estas impactantes experiencias, la lección más clara que he aprendido es que la labor de esta institución es realmente necesaria. He confirmado que muchos son los hombres y mujeres que requieren nuestro servicio, nuestro esfuerzo, nuestra dedicación. He constatado la enorme responsabilidad que han asumido los jóvenes integrantes de la Defensoría del Pueblo que trabajan denodadamente en el interior del país, en donde las condiciones son duras, difíciles, complejas. También debo decir que somos afortunados porque existen hombres y mujeres que nos inspiran con su ejemplo, con su vida. Somos afortunados porque en diversos rincones del país se movilizan hombres y mujeres dispuestos a ayudar a los desheredados. Y lo importante es que muchos de esos hombres y mujeres no aparecen en los titulares de los diarios, sino que trabajan en silencio, con la enorme gratificación de servir a los otros. Y sé que muchos de ellos han aprendido a comprometer sus vidas con los pobres porque conocen el trabajo del Padre Gustavo Gutiérrez, porque saben de la generosa entrega de la Madre Covadonga. Esas son las reflexiones que me asaltan ahora, que recuerdo las terribles conmociones del dolor humano que he sentido en estos viajes recientes. Tengo presentes esas conmociones ahora, cuando debo decir a ustedes que considero un especial privilegio asistir a esta ceremonia en la que se celebra a un hombre y a una causa, a una trayectoria humana al servicio de los demás y a un pródigo espíritu en favor de la inclusión y la equidad. Reverendo Padre Gustavo Gutiérrez: la Defensoría del Pueblo se honra con su digna y luminosa presencia, que nos inspira y enorgullece. Reciba usted, como testimonio de nuestro reconocimiento, esta Medalla de la Defensoría del Pueblo. Muchas gracias

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