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Estos saltos continuos obligan de nuevo a ese ovalado huesillo a una forzada readaptación a la forma caprichosa de cada piedra. Y no siempre tiene éxito el salto y la adaptación y sucede el desequilibrio y la costalada. No es exagerado decir que a cada gira, el número de desequilibrios seguidos de trompazo sobre la tierra, el agua o la mera roca, es de varias decenas; y no es porque uno sea especialmente patoso, sino que no hay forma de librarse de estas piedras en el camino que nos enseñan el destino es rodar y rodar… pero a la postre, eso es lo que da emoción y realeza a nuestro caminar. Lo bonito es que nunca caes dos veces en el mismo sitio, debido a la variedad y distancias de paisajes y caminos. El pasado verano recorrí numerosas zapaterías en Pamplona en busca de una suela de zapato que no resbale sobre el siempre húmedo roquerío de mis caminos. Me sentí cenicienta probando suelas y ninguna era adaptada a mi necesidad. Mi sobrina me llevó a un megacentro pamplonica donde hay de todo para montaña. Advertí que lo mío es alta y especial montaña. Me recomendaron unas suelas que serían la solución. Ante las abundantes caídas que he sufrido después, tengo como jaculatoria preferida el nombre del megacentro. Ese calzado no se ha inventado todavía. Este frecuente vía crucis, con más caídas que Cristo, hace sufrir sobre todo a nuestro protagonista, el menisco. No se le oye, pero debe estar rugiendo en su interior y acordándose de la progenitora del dueño que lo castiga. Debe ser muy sufrido mi menisco, porque no le oí quejarse una sola vez, siendo modelo de llevar las penas sin rechistar. Hasta que el pobre ya no pudo más y aún así su señal de agotamiento, fue de lo más modesta. Caída tras caída, el menisco izquierdo le transmitía un SOS a su compa de derechas para que le aliviara en cada zancada del dueño castigador de ambos. Es así como me dí cuenta que debía ser cierto lo que me dijo el doctor que la rodilla izquierda estaba destrozada con un menisco roto, el otro desplazado y desgarro muscular, amén de muy desgastados los cartílagos que favorecen la suave fricción de los huesillos. Acabo de iniciar una campaña para lograr sean asegurados los meniscos de todos los misioneros del Vicariato. Espero que los míos no se nieguen y sigan su impagable ritmo en las estimulantes andaduras. Ya he elegido como santo patrón de los meniscos a San Menisco Javier, que los debía tener impresionantes. Los meniscos, claro.

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