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les al servicio de la economía de otros hombres. Los misioneros sentían la exigencia ética, ineludible, de reconocer los derechos humanos de los nativos y, además, se sienten con el deber de tutelar estos derechos como única garantía de que disponen los nativos para afirmar su dignidad como personas. De ahí que se decidan a apoyarlos en su liberación de la encrucijada histórica en la que se ven atrapados, pero también a crear una nueva mentalidad en los responsables políticos y sociales de la región, ante los problemas de la violación de los derechos humanos, porque a ellos incumbe el deber de crear las condiciones adecuadas para una integración justa y fraterna de la población. Se ha criticado a los misioneros por el hecho de instituir la evangelización. Esta crítica ha proveni­ do principalmente de antropólogos culturalistas a ultranza a los cuales, ciertamente, les falta la sensibilidad humana y la perspicacia científica para hacer un análisis desde la misma situación humana y social concreta. Hoy, en situaciones semejantes, una crítica contra las instituciones humanitarias y de derechos humanos no tendría acogida. Los misioneros se habían adelantado a estos movimientos de solidaridad para con los margina­ dos, los explotados y los pobres, pues el tema no es solo de sensibilidad social, sino de principios éticos, morales y religiosos, de los que los misioneros, por su formación filosófica y religiosa, fueron siempre abanderados en la causa de los indígenas. ¿A quién no se le mueve el corazón al saber que los niños se compran, se venden, se rifan en las plazas públicas como objetos o animales, o se les deja morir en las playas o al pie de los árboles y ver a sus padres sin libertad y explotados? ¿Quién puede pasar desapercibido viendo estos abusos contra la humanidad sin levantar la voz de protesta, sin acudir a la ética o a las leyes para corregir y castigar estas costumbres? 2. En el origen de la Misión del Rosario del Sepahua están, como fundamentos de la evangeliza­ ción, además del tema religioso, el problema ético y humanitario. La Misión obedece a una responsabilidad ética para con la humanidad necesitada. Al misionero católico le mueven a la acción tres fuerzas: El mandato de Jesucristo de "id por todo el mundo a predicar el Evangelio", el destino de los superiores a un campo de misión determinado y la res­ ponsabilidad ética para con los hermanos marginados a los que se les niegan los derechos humanos. Estos imperativos no se dan aislados unos de otros, pues la responsabilidad que el misionero tiene para con Dios y con su Iglesia es la misma que siente frente al hermano que le necesita. Aún más, la responsabilidad que adquiere por ser cristiano le hace sentir con mayor urgencia la responsabilidad para con los nativos necesitados. La responsabilidad ética es una característica del misionero. Esto es desconocido por la mayoría de los que intentan estudiar las relaciones de la Misión con las sociedades nativas pues, al no profundizar en las motivaciones de la Misión, se quedan solo en un concepto de "enfrentamiento" entre ésta y las culturas indígenas. Ven al misionero únicamente como un enviado de una Iglesia para hacer proselitismo, es decir, enfrentado no solo a las culturas sino a los individuos de otras creencias, pero no analizan los verdaderos valores y principios éticos que mueven al misionero a relacionarse con los indígenas. No es de la esencia del misionero el hacer proselitismo para engrosar el número de los adeptos de la Iglesia. Los misioneros no fueron enviados al Bajo Urubamba a hacer prosélitos. Su presencia en aquellos lugares adquirió, desde el primer momento, una connotación axiológica, que fue reconocida y aceptada por todos los grupos que allí habitaban. Más allá del concepto de zona, de grupo, de indio, de blanco, de Iglesia, se despertaron los valores de humanidad, de

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