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LA SEÑORA PANCHITA P. Ángel Pérez Casado, op Peña de Francia

La señora Panchita es toda una Gran Señora, aunque su presencia física sea más bien pequeña. La conocimos por los años de mil novecientos setenta, cuando regresábamos de visitar las escuelas en los poblados más recónditos de las estribaciones andinas peruanas en el hermoso Valle de la Convención. Solíamos encontrarla al pie de alguna de las “ascéticas” y complicadas carreteras con su costal de café de cuarenta y seis kilos, que había ido a recoger cargando sobre sus espaldas, a algún pequeño poblado de difícil acceso de la montaña. Nos suplicaba que la lleváramos de regreso a Quillabamba en nuestro Land Rower, cosa que hacíamos con sumo gusto pues la conversación con ella era muy agradable y entretenida a pesar de su cansancio. Muchos sacos de café bajó de las montañas la buena Pancha para venderlos a los almacenistas de la ciudad. Con lo que ganaba pagó la carrera de sus dos hijos: el varón es ingeniero civil y la mujer ejerce de enfermera en Italia. Ahora después de muchos años me he vuelto a encontrar con Pancha en Quillabamba, celebrando las fiestas del Señor de Torrechayoc de gran devoción por todos los valles cuzqueños. Camina con bastón y con unos zapatos especiales. “La columna –me dice ellala tengo bien fastidiada”, mientras yo observo algunos dedos de sus manos deformados por la artritis. El durísimo trabajo de más de treinta años para que sus hijos no pasaran las mismas necesidades que ella tuvo que sufrir, le han pasado factura. Al terminar las fiestas del Señor de Torrechayoc en Quillabamba se celebra la Eucaristía por las intenciones de la señora Panchita. No sé si el llamarla Panchita se debe a su pequeña estatura, o al afecto y estima que le tienen todos los que la conocen, pero de todas las maneras le cae bien el diminutivo cariñoso. Mientras tomamos un ponche de maní después de la misa, me dice refiriéndose a sus achaques: “ahora estoy fregada y jodida pero contenta”. Yo cambio con ella una sonrisa de picardía, mientras en el fondo de mi alma siento un gran respeto por la Señora Panchita. ¡Cuántas grandes y desconocidas señoras como Pancha, gracias a su heroísmo anónimo, han sacado adelante ellas solitas sus hogares! No sólo tienen con ellas deber de gratitud sus hijos, principales beneficiados de su entrega generosa, sino también el resto de la sociedad para los que son un ejemplo de fortaleza y de esperanza para conseguir un mundo mejor, gracias a una entrega absoluta de sus vidas.

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