Las máscaras de dios I - Mitología primitiva

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ATALANTA JOSEPH CAMPBELL LAS MÁSCARAS DE DIOS MITOLOGÍA PRIMITIVA VOLUMEN I

MEMORIA MUNDI

ATALANTA 110

JOSEPH CAMPBELL

LAS MÁSCARAS DE DIOS MITOLOGÍA PRIMITIVA VOLUMEN I

TRADUCCIÓN

ISABEL CARDONA

EDICIÓN REVISADA POR

SYDNEY YEAGER, ANDREW GUREVICH SANTIAGO CELAYA

ATALANTA 2022

En cubierta: cabras montesas de Cougnac, Lot, del Magdaleniense inferior. © De la fotografía: Francis Jach En guardas: dolmen neolítico de Axeitos

Dirección y diseño: Jacobo Siruela

Cuarta edición

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Obras completas de Joseph Campbell: Robert Walter, director ejecutivo / David Kudler, director editorial

Todos los derechos reservados

Título original: The Masks of God: Primitive Mythology © 1959, 1969, 1987, 2016, Joseph Campbell Foundation

© De la traducción: Isabel Cardona

© EDICIONES ATALANTA, S. L. Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. España Teléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34 atalantaweb.com

ISBN: 978-84-946136-3-0 Depósito Legal: GI 1880-2016

Nota de edición 15

Preámbulo

A la conclusión de Las máscaras de Dios 17

Prólogo

Hacia una historia natural de los dioses y los héroes

I. Las demarcaciones de una nueva ciencia 25

II. El pozo del pasado 28

III. El diálogo entre la erudición y la fabulación 32

Primera parte

La psicología del mito Introducción

La lección de la máscara 49

Capítulo 1

El enigma de la imagen heredada

I. El mecanismo innato de liberación 60

II. La señal estímulo supernormal 71

Índice

Capítulo 2

Las huellas de la experiencia

I. Sufrimiento y éxtasis 86

II. La fuerza estructuradora de la vida sobre la tierra 95

III. Las huellas de la primera infancia 101

IV. El animismo espontáneo de la infancia 124

V. El sistema de sentimientos del grupo local 136

VI. El impacto de la vejez 175 Segunda parte

La mitología de los plantadores primitivos

Capítulo 3

La esfera cultural de las civilizaciones desarrolladas 195

I. El Protoneolítico: ca. 12.500-7000 a.C. 196

II. El Neolítico basal: ca. 7000-3500 a.C. 199

III. El Neolítico superior: ca. 5000-3500 a.C. 202

IV. La ciudad-estado hierática: ca. 5400-2500 a.C. 208

Capítulo 4

La esfera de los reyes inmolados

I. La leyenda de la destrucción de Kash 216

II. Una noche de Sherezade 230

III. El rey y la virgen del fuego vestal 235

Capítulo 5

El ritual amor-muerte

I. El descenso y regreso de la doncella 241

II. El hecho mitológico 250 III. Perséfone 258

IV. El monstruo anguila 268

V. ¿Paralelismo o difusión? 284

VI. El ritual amor-muerte en la América precolombina 303

Tercera parte

La mitología de los cazadores primitivos

Capítulo 6

Chamanismo

I. El chamán y el sacerdote 317

II. Magia chamánica 334

III. La visión chamánica 345

IV. El portador del fuego 367

Capítulo 7

El animal maestro

I. La leyenda de la danza del búfalo 386

II. La mitología del Paleolítico 392

III. El ritual de la sangre restituida 404

Capítulo 8

Las cavernas paleolíticas

I. Los chamanes de la Gran Caza 408

II. Nuestra Señora de los Mamuts 425

III. El oso maestro 453

IV. Las mitologías de los dos mundos 468

Cuarta parte La arqueología del mito

Capítulo 9

Los umbrales mitológicos del Paleolítico

I. El escalón del Australopithecus (3.300.000-2.100.000 a.C.) 481

II. El escalón del Homo erectus (ca. 1.890.000-70.000 a.C.) 486

III. El escalón del hombre de Neandertal (ca. >200.000-23.000 a.C.) 493

IV. El escalón del hombre de Cromañón (ca. 38.000-7000 a.C.) 504

V. El estilo capsiense-microlítico (ca. 30.000-4000 a.C.) 512

Capítulo 10

Los umbrales mitológicos del Neolítico

I. La gran serpiente de los primeros plantadores (ca. 12.500? a.C.) 517

II. El nacimiento de la civilización en Oriente Próximo (ca. 12.500-2500 a.C.) 527

III. La gran difusión 563

Conclusión

El funcionamiento del mito

I. Las imágenes locales y el camino universal 619

II. Las servidumbres del amor, el poder y la virtud 623

III. La liberación de la servidumbre 629 Notas 635

Índice analítico y onomástico 667

Índice de ilustraciones

Señales estímulo que liberan reacciones parentales en el hombre 82

Dibujo hecho por un niño de su sueño del demonio 125

Diseños en cerámica, ca. 4000 a.C. 204

Predominio del regicidio ritual (mapa) 237

Dibujos en gargantillas de concha. Spiro Mounds, Oklahoma 322

Figuras en el santuario de Trois Frères 393

La Venus de Laussel 394

La bestia-hechicero de Lascaux 410

Figuras de la cripta de Lascaux 411

Máscara ceremonial cuyos cuernos son palos puntiagudos 412

Australianos con atuendo ceremonial y cuernos 413

El «Hechicero de Trois Frères» 421

La Venus de Lespugue 442

El culto del oso (mapa) 459

Escena de caza capsiense, Castellón 512

Tres mujeres, Castellón 513

Hombre con un dardo, Castellón 514

La «Dama Blanca», Rodesia 515

Los dibujos de las ilustraciones de las páginas 394, 410, 411, 412, 413, 421, 442 y 515 son obra de John L. Mackey.

Acerca de las Obras completas de Joseph Campbell

A su muerte en 1987, Joseph Campbell dejó publicada una ex tensa obra que explora la gran pasión de su vida: el complejo de los mitos y símbolos universales, que él llamaba la «gran historia de la humanidad». Sin embargo, también nos legó un enorme vo lumen de obra inédita: artículos dispersos, notas, cartas y diarios, además de conferencias grabadas en audio y en vídeo.

La Fundación Joseph Campbell –creada en 1990 con el fin de preservar, proteger y perpetuar la obra de Campbell– ha empren dido la digitalización de sus artículos y grabaciones, así como la publicación de sus Obras completas.

Robert Walter, director ejecutivo David Kudler, director editorial

Nota de edición

Nota de los editores de las Obras completas de Joseph Campbell

Mitología primitiva ha acusado los azotes del tiempo más que ningún otro título de Joseph Campbell. La ciencia en la que por aquel entonces se basaban los datos y las teo rías ha sido sobrepasada por nuevos descubrimientos e hi pótesis. El libro seguía siendo importante y luminoso, pero resultaba menos útil como referencia.

Siendo la misión de la Joseph Campbell Foundation (JCF.org) preservar, proteger y perpetuar la obra de Camp bell, empezamos hace unos años a considerar la manera de adecuar este primer volumen de Las máscaras de Dios a la teoría científica actual.

Los antropólogos Sydney Yeager y Andrew Gurevich se han encargado de identificar los datos del libro que necesi taban ser puestos al día y de proporcionarnos en cada caso unas nociones del consenso científico vigente. A partir de su excelente trabajo, hemos intentado aplicar la ciencia de 2016 a un libro de 1959 del modo más respetuoso posible.

Las notas al pie que hemos añadido para documentar al gunos cambios están rematadas por (N. de los E.).

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Preámbulo

Cuando echo la vista atrás, hacia los doce satisfactorios años dedicados a este empeño tan gratificante, encuentro que su principal resultado para mí ha sido la confirmación de una idea que he mantenido larga y confiadamente: la uni dad de la raza humana, no sólo en su historia biológica sino también en la espiritual, que por doquier se ha desarrollado a la manera de una única sinfonía, con sus temas anuncia dos, desarrollados, ampliados y retomados, deformados y reafirmados, y que hoy día, en un gran fortissimo con todas las secciones tocando a la vez, avanza irremisible mente hacia una especie de poderoso clímax, del cual ha de surgir el próximo gran movimiento. Y no veo razón alguna para que se pueda suponer que estos motivos acabados de escuchar no se oirán otra vez en el futuro, en unas nuevas relaciones, por supuesto, pero manteniéndose siempre iguales. Todos ellos se presentan aquí, en estos volúmenes, con muchas indicaciones que sugieren las maneras en que pueden ser utilizados por personas razonables para fines razonables, o por poetas para fines poéticos, o por insensatos

A la conclusión de Las máscaras de Dios
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para la necedad y el desastre. Pues, como dice James Joyce en Finnegans Wake: «Tan imposibles como son todos estos hechos, resultan tan probables como aquellos que pueden haber sucedido o como cualesquiera otros que nadie pensó nunca que pudieran ocurrir».

Nota a la edición de 1969 de Mitología primitiva

Apenas dos años después de la publicación, en 1959, de este primer volumen de Las máscaras de Dios, una serie de des cubrimientos sensacionales en la garganta de Olduvai, en Tanganika, África Oriental, hicieron retroceder en más de un millón de años las primeras apariciones conocidas de la especie humana sobre la tierra. Mientras que los especíme nes anteriores, procedentes de media docena de yacimien tos de África del Sur (véanse las págs. 481-486), habían sido datados ca. 600.000 a.C., la antigüedad de los de Tanganika se estableció en 1961, por el recién desarrollado método del argón-40, en aproximadamente 1.750.000 años. 1 Sin em bargo, se encontró que en aquel tiempo existían al menos dos clases de tipos diferentes de homínidos. El llamado Zinjanthropus –el «antropoide de Etiopía» (del árabe Balad al-Zinj, «Tierra de los etíopes»)– tenía una gran mandíbula y comía sobre todo vegetales, mientras que el otro, más pe queño, comía carne, parece que era un cazador competente y usaba herramientas de piedra pulimentada. El doctor L. S. B. Leakey, el excavador de Olduvai, considera a este último como el más probable prototipo de nuestra especie humana y, en consecuencia, lo ha llamado Homo, «hombre» –Homo habilis, «hombre hábil o competente»–.2 Todos los demás, tanto del primer yacimiento de Tanganika como del pos terior de África del Sur, se consideran ahora generalmente

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como ajenos a la principal línea evolutiva del Homo sapiens, y están clasificados bajo otro epígrafe, Australopithecus, «mono del sur». El nombre más lisonjero que he utilizado en la pág. 482, Plesianthropus (o plesiántropo), «casi hom bre», está limitado a una sola colección de cráneos, dientes y huesos la de Sterkfontein, en África del Sur–, la cual, según el principal experto en la materia, el doctor Carleton S. Coon, parece representar un caso más bien especial, que, a diferencia de los otros australopitecinos de África del Sur, apunta hacia delante en la línea evolutiva, hacia nosotros.3

Un segundo campo de investigación sumamente signi ficativo, aunque muy diferente, en el cual se anunciaron descubrimientos relacionados con el tema de este volumen casi inmediatamente después de su publicación, fue el de la arqueología del Oriente Próximo nuclear, donde una serie de hallazgos en la llanura de Anatolia, en el sur de Turquía, puso de manifiesto un período insospechado de nuestros orígenes, anterior a las primeras pruebas de las culturas neolíticas conocidas. En consecuencia: I. El Protoneolítico (véanse las págs. 195-199 y 540-541) ha retrocedido dos mil años, hasta ca. 9500 a.C., y II. El Neolítico basal (págs. 199202 y 541) ya no parece haber surgido por primera vez en Irak, Irán, Palestina ni Siria, sino en Asia Menor, ca. 7500 a.C.,* y haberse desarrollado allí en tres etapas:

* En el transcurso de la vida de Joseph Campbell, la fecha estimada de los primeros asentamientos permanentes –y por tanto de las primeras civilizaciones auténticas– retrocedió considerablemente; véase Goddesses: Mysteries of the Feminine Divine (New World Library, Novato, Cali fornia, 2013), basado en sus últimas conferencias [trad. esp. de Cristina Serna: Diosas. Misterios de lo divino femenino, Atalanta, Vilaür, 2015]. Actualmente, científicos e historiadores sitúan el estadio más temprano del Neolítico entre el 12.500 a.C. y el 7000 a.C. [luego su inicio ha retro cedido cinco mil años, del 7500 a.C. al 12.500 a.C. –dato corregido en las págs. 195-199 y 540-541 a las que remite Campbell–, respecto a las

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1. Una etapa antes insospechada y conocida ahora como Neolítico prealfarero o acerámico, que ha sido identificado en Palestina (en Jericó), así como en Hacilar, Çatal Hüyük, y en otros yacimientos de Anatolia.4 La evidente riqueza de los asentamientos, con sus pulcras casitas de ladrillo y la impresión por doquier de una forma de vida ya bien organi zada, sugiere que las técnicas de la agricultura y el pastoreo ya debían de dominarse, aunque complementadas aún con la caza. También es del mayor interés, tanto en Hacilar como en Jericó, la evidencia de algún tipo de culto doméstico del cráneo (compárese más adelante con las págs. 187 y sigs.).

2. En Çatal Hüyük, ca. 6500 a.C., aparecen de pronto ob jetos de cerámica, y como observa el doctor James Mellaart: «Podemos de hecho estudiar la transición de un Neolítico acerámico con cestos y vasos de madera a un Neolítico cerá mico con la primera alfarería».5 Junto a esta alfarería, que es la primera descubierta en el mundo hasta ahora, también han visto la luz las primeras estatuillas neolíticas conocidas, aso ciadas con unas cuarenta o más capillas ornamentadas sim bólicamente, que revelan, en un despliegue magnífico, casi todos los motivos básicos presentes en las mitologías de la gran diosa madre de edades posteriores. Y estas estatuillas son sencillas, naturales, están dotadas de la espontaneidad de la vida, no son en absoluto «arcaicas», primitivas o rígidas.

3. No es hasta el siguiente y último estadio del temprano desarrollo de Anatolia, y después gradualmente también en fechas que se manejaban en 1959]. Por su parte, se cree que el Neolítico basal se prolongó desde el 7000 a.C. hasta el 3500 a.C. [En adelante, las fechas ofrecidas por Campbell que han quedado obsoletas se sustituyen directamente por aquellas que se estiman correctas según los datos más recientes, salvo cuando se considere oportuno mantenerlas para respe tar cierta argumentación del autor o para mostrar el contexto en el que escribió el libro.] (N. de los E.)

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las áreas vecinas, ca. 7000-3500 a.C., cuando aparecen esas bien conocidas, hieráticas y convencionales estatuillas de las diosas desnudas que en general se han asociado con el más primitivo arte de aldea. Así, parecería haber una tendencia del naturalismo a la abstracción, de lo visual al pensamiento conceptual. Y mientras tanto, en el entorno de Anatolia, que continúa por delante de todos los demás, han empezado a surgir señales del nacimiento de la primera Edad de los Me tales, el primer Calcolítico: abalorios y pequeños tubos de cobre y plomo, varios dijes e incluso unas pocas herramien tas de metal. También se manufactura una cerámica pintada realmente magnífica que apunta hacia los grandes estilos de la cerámica del milenio siguiente (piezas de Halaf, Samarra, Obeid, etcétera, estudiadas en las págs. 202-206). La expan sión hacia el sur y el este de las artes y los estilos de vida de las aldeas sedentarias ha empezado a extenderse por todo el Oriente Próximo, se desarrollan nuevos centros de transfor mación creativa y –como se verá más adelante, en las págs. 206 y sigs.– se establece el escenario para el surgimiento en Mesopotamia, ca. 5000 a.C., de la primera de las grandes civilizaciones históricas.

Un tercer campo de investigación arqueológica –y el úl timo que mencionaré aquí–, donde un descubrimiento sor prendente cambió la situación casi inmediatamente después de la publicación de este libro, fue la costa de Ecuador. En diciembre de 1960 se encontró en una playa ecuatoriana un trozo de cerámica japonesa. Las excavaciones subsiguien tes mostraron muchos más fragmentos, todos del temprano estilo Jōmon (grabado a la cuerda), ca. 3000 a.C., que es la primera fecha conocida por el momento para la cerámica del Nuevo Mundo. También se encontraron en estas exca vaciones una serie de estatuillas femeninas de cerámica; se

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trata de las primeras estatuillas, en realidad las primeras obras de arte, desenterradas hasta ahora en América.6 Tomo nota de esto con gran júbilo, porque apoya definitivamente la argumentación de mi capítulo sobre la posibilidad de una temprana difusión transpacífica de características culturales hacia el Nuevo Mundo (págs. 284-302). Entretanto, en lo que respecta a las investigaciones sobre los principios de las tradiciones agrícolas y plantadoras de la América precolom bina, un programa de excavaciones en México, extraordina riamente bien dirigido, en las antaño habitadas cuevas del sudoeste de Tamaulipas y del valle de Tehuacán, ha mos trado recientemente que, ca. 3500 a.C. (unos pocos siglos más o menos), los cazadores que habitaban las cuevas y los pueblos pescadores practicaron algún proceso de aclimata ción de plantas. Parece que el maíz se cultivó entonces por primera vez; y durante los siguientes dos mil años aumen tan las señales de un desarrollo de la horticultura, hasta que, ca. 1500 a.C., se debió de alcanzar el principio de algo pare cido a un auténtico estadio neolítico de una aldea granjera.7

Los tres campos de investigación del pasado del hom bre que he mencionado aquí están hoy día pasando por una transformación tan rápida y prometedora que, sin lugar a dudas, durante los setenta y los ochenta se harán descu brimientos tan sorprendentes como los de la década de los sesenta. En lo principal (supongo), apoyarán, al igual que éstos, la argumentación de mi libro; si no es así, el lector (me atrevo a esperar) sabrá cómo sumar y restar.

Joseph Campbell Nueva York, Navidad de 1968

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Las máscaras de Dios

Volumen I: Mitología primitiva

Prólogo

I. Las demarcaciones de una nueva ciencia

El estudio comparativo de las mitologías del mundo nos hace ver la historia cultural de la humanidad como una uni dad, pues encontramos que temas como el robo del fuego, el diluvio, el mundo de los muertos, el nacimiento virgi nal y el héroe resucitado se hallan en todas las partes del mundo, apareciendo por doquier en nuevas combinaciones, al tiempo que permanecen sólo unos pocos elementos, siem pre los mismos, como en un caleidoscopio. En los relatos contados con ánimo de entretener, estos temas míticos se tratan con ligereza, con un espíritu obviamente de juego, mientras que en contextos religiosos se aceptan no sólo como verdades de hecho, sino incluso como revelaciones de aquellas verdades de las que toda la cultura es un tes tigo vivo, y de las cuales derivan tanto su autoridad espi ritual como su poder temporal. Aún no se ha encontrado una sociedad humana en cuyas liturgias no se hayan puesto en práctica tales motivos mitológicos, en la que éstos no

Hacia una historia natural de los dioses y los héroes
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hayan sido interpretados por profetas, poetas, teólogos o filósofos, presentados en el arte, magnificados en la canción y experimentados mediante el éxtasis en visiones enaltece doras de la vida. De hecho, la crónica de nuestra especie, desde su primera página, no sólo ha sido una enumeración del progreso del hombre hacedor de herramientas, sino tam bién, más notablemente, una historia de la aparición de irre sistibles visiones en la mente de los profetas, así como de los esfuerzos de las comunidades de la tierra por encarnar alianzas sobrenaturales. Cada pueblo ha recibido su propio sello y signo de un destino sobrenatural, comunicado a sus héroes y comprobado cada día en las vidas y experiencias de sus congéneres. Y aunque muchos de los que adoran a ciegas los santuarios de su propia tradición analizan y descalifican racionalmente los sacramentos de otros, una comparación honesta revela de inmediato que todos ellos provienen de un único fondo de motivos mitológicos, seleccionados, or ganizados, interpretados y ritualizados de formas diversas de acuerdo con las necesidades locales, pero reverenciados por todos los pueblos de la tierra.

Y así se presenta un problema fascinante, tanto psicoló gico como histórico. Aparentemente, el hombre no puede sostenerse en el universo sin creer en algún orden de la herencia general del mito. De hecho, la plenitud de su vida pa recería incluso estar en relación directa con la profundidad y amplitud no de su pensamiento racional, sino de su mitología local. ¿De dónde procede la fuerza de estos temas inmateria les que adquieren el poder de galvanizar poblaciones, con virtiéndolas en civilizaciones con una belleza característica y un destino propio autoimpuesto? Y ¿por qué los hombres, dondequiera que han buscado algo sólido en lo que afirmar sus vidas, no han escogido los hechos en los que abunda el mundo sino los mitos de una imaginación inmemorial, pre

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firiendo incluso convertir la vida en un infierno para sí mis mos y sus vecinos en nombre de algún dios violento, en lugar de aceptar agradecidamente los bienes que el mundo ofrece?

¿Van a permanecer las civilizaciones modernas espiritual mente separadas las unas de las otras en sus ideas locales del sentido de la tradición general, o podemos abrir ahora un ca mino hacia un punto fundamental que sea a la vez anverso y reverso de la comprensión entre los hombres? Porque es un hecho que los mitos de nuestras distintas culturas actúan sobre nosotros, ya sea consciente o inconscientemente, como libe radores de energía, como impulsores y agentes rectores de la vida, de forma que, incluso aunque nuestras mentes racionales estén de acuerdo, los mitos por los que vivimos –o por los que nuestros padres vivieron– pueden estar llevándonos, en este mismo instante, en direcciones diametralmente opuestas.

Que yo sepa, nadie ha intentado todavía unir en un solo marco las nuevas perspectivas que han abierto recientemente las investigaciones en los campos del simbolismo compa rativo, la religión, la mitología y la filosofía. Las valiosas investigaciones arqueológicas de estas últimas décadas; las asombrosas clarificaciones, simplificaciones y coordinacio nes conseguidas por profundos estudios en los campos de la filología, la etnología, la filosofía, la historia del arte, el folclore y la religión; los nuevos puntos de vista en la inves tigación psicológica y las numerosas e impagables contri buciones a nuestra ciencia por parte de estudiosos, monjes y hombres de letras de Asia: todo ello se ha unido para sugerir una nueva imagen de la unidad fundamental de la historia espiritual de la humanidad. Por tanto, sin ir más allá de los tesoros de evidencias que ya tenemos a mano en estos apartados, ampliamente diseminados, de nuestra disciplina, sino simplemente tomando de ellos los membra disjuncta de una ciencia mitológica unitaria, intento exponer, en las

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páginas que siguen, el primer esbozo de una historia natu ral de los dioses y los héroes que, en su forma final, debería incluir a todos los seres divinos –al igual que la zoología in cluye a todos los animales y la botánica a todas las plantas–, sin considerar a ninguno sacrosanto o más allá del dominio científico. Porque, igual que en el mundo visible de los rei nos vegetal y animal, en el mundo visionario de los dioses también ha habido una historia, una evolución, una serie de mutaciones gobernadas por leyes; y sacar a la luz tales leyes es la aspiración propia de la ciencia. II. El pozo del pasado

«Muy profundo», escribió Thomas Mann al principio de su tetralogía mitológicamente concebida José y sus hermanos, «es el pozo del pasado. ¿No deberíamos llamarlo insondable?» Y luego observó: «Cuanto más hondo sondeamos, cuanto más a fondo escudriñamos e investigamos el mundo más inferior del pasado, más encontramos que los principios de la humani dad, su historia y su cultura, se revelan inescrutables».1

Nuestra tarea inicial debe ser preguntarnos si esto es ver dad o no, y para ello lo primero que debemos hacer es explo rar el aspecto psicológico de la cuestión, para saber si en el sistema psicosomático humano se han encontrado estruc turas o tendencias dinámicas a las que se puedan referir los orígenes del mito y el rito; y sólo entonces volvernos hacia las pruebas arqueológicas y etnológicas para conocer cuáles han sido los modelos más antiguos del pensamiento mito lógico susceptibles de ser descubiertos.*

* Para más información sobre este asunto, véanse T. M. Luhrmann, When God Talks Back, Vintage, Nueva York, 2012, y Dean Hamer, The

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Sin embargo, como ya advirtió Mann, en lo concer niente a los fundamentos que estamos buscando, «no im porta a qué peligrosos abismos lancemos la sonda, que éstos siempre retrocederán una y otra vez, más y más lejos, hacia las profundidades». Porque debajo del primer nivel, fundamentalmente el de las civilizaciones primitivas –que no son sino la avanzadilla de la inmensa profundidad de la prehistoria de nuestra raza–, yacen los siglos, los milenios, en realidad los cientos de milenios del hombre primitivo, el cazador poderoso, el más primitivo recolector de raíces e insectos, remontándose más de medio millón de años. Y bajo éste hay un tercer nivel, aún más profundo y oscuro, más allá del horizonte primigenio de la humanidad. Pues encontraremos la danza ritual de los pájaros, los peces, los monos y las abejas, y por tanto hay que preguntarse si el hombre, como estos otros miembros del reino, no posee tendencias innatas a responder, de formas raciales estric tamente organizadas, a ciertas señales lanzadas por su en torno y su propia especie.

El concepto de una ciencia natural de los dioses, en con sonancia con el ámbito de los materiales ya clasificados en los ficheros científicos pertinentes, debe incluir asimismo en su saber tanto los estratos primitivos y prehistóricos de la experiencia humana como los recientes. Y no meramente de manera sumaria y esquemática, como una especie de pró tesis respecto al tema principal, pues las raíces de la civiliza ción son profundas. Nuestras ciudades no descansan como piedras sobre la superficie. El capítulo primero, rico, grande y terrible del libro de texto de esta materia se debe tratar de un modo no menos completo que el segundo, tercero y

God Gene, Anchor, Nueva York, 2005 [trad. esp. de Rosa Cifuentes: El gen de Dios, La Esfera de los Libros, Madrid, 2006]. (N. de los E.)

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cuarto. Y su importancia será muchísimo mayor que la de los otros, porque se extenderá «hasta la oscura profundidad y abismo del tiempo» que es el contrapunto racial de este in consciente psicológico que ha sido mostrado recientemente, de forma brillante, dentro del individuo. Escudriñando las grutas de los artistas hechiceros de la Gran Caza de Croma ñón; más profundamente aún, las madrigueras de los agaza pados caníbales de las épocas glaciares, que sorbían crudos los cerebros de sus vecinos en cráneos rotos; y más allá todavía, examinando los enigmáticos restos blanquecinos de esqueletos que ahora nos podrían parecer de cazadores pigmeos semejantes al chimpancé, en las amplias llanuras del primitivo Transvaal, hallaremos indicios de los más hondos secretos, no sólo de las culturas avanzadas tanto de Oriente como de Occidente, sino también de nuestras más íntimas expectativas, respuestas espontáneas y miedos obsesivos.

Por tanto, el presente volumen explora bajo qué luz es asequible el profundo, muy profundo pozo del pasado.

Y su propósito, como el de El avance del saber de Bacon, se dirige «a señalar qué parte del conocimiento ya ha sido tratada exhaustivamente y perfeccionada, y qué partes han quedado inacabadas o enteramente abandonadas». Por otro lado, allí donde la perspectiva es amplia y clara a simple vista, pueden divisarse sugerentes marcas, aventurarse in tuiciones ocasionales que apunten a ciertas consecuencias. Pero una revisión completa –rica y variada, no obstante sus materiales–, acompañada de las hipótesis propuestas, nece sariamente se debe realizar más bien como un programa que como una definición; pues estos materiales nunca se habían reunido anteriormente en pos de una única recapitulación dirigida a una ciencia de las raíces de la revelación.

Más aún, después de este estudio de los recursos espi rituales del hombre prehistórico, en los tres volúmenes

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siguientes habré de revisar sucesivamente las formas de la mitología oriental, la mitología occidental y lo que pro pongo llamar mitología creativa, como representación de las demás divisiones naturales de este tema. Bajo el epígrafe «Oriental» pueden agruparse fácilmente todas las tradi ciones de la amplia y variada, aunque en lo esencial uni forme, zona mayor representada por los mitos filosóficos y las filosofías mitológicas de la India, el sudeste asiático, China y Japón, a las que se pueden añadir las primitivas aunque muy interconectadas cosmologías mitológicas de la Mesopotamia y el Egipto arcaicos, así como los posteriores sistemas de la América Central y el Perú precolombinos, más alejados pero comparables en lo fundamental. Y bajo el epígrafe «Occidental» se agrupan las mitologías evolutivas y éticamente orientadas del zoroastrismo, el judaísmo, el cristianismo y el islam, en relación con y en contraposi ción a los panteones grecorromanos y los celtagermánicos. Finalmente, como «mitología creativa» consideraremos la importantísima tradición mitológica del mundo moderno, de la que podemos decir que se remonta a los griegos, ha llegado a la madurez en el Renacimiento y sigue floreciendo hoy día, en un continuo y saludable desarrollo, en las obras de aquellos artistas, poetas y filósofos de Occidente para quienes el milagro del mundo –tal como está siendo estu diado ahora por la ciencia– es la revelación última.

Además, puesto que es cierto, como dijo Mann, que lo mítico es en la vida de la raza humana una manera temprana y primitiva de pensamiento, mientras que en la vida del indi viduo es un hecho posterior y maduro,2 se oirá un impresio nante acorde resonando a través de todas las modulaciones de este tema, desde lo primitivo hasta lo más desarrollado.

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Mitología primitiva

Nadie ha hecho comprender mejor a nuestra época el sentido mítico del mundo como Joseph Campbell. En su prólogo al monumental estudio comparativo de las mitologías, cuya nueva edición inicia Atalanta con este primer volumen, Campbell afirma que el hombre no puede sostenerse en el universo sin otorgar un sentido a las ideas míticas heredadas, porque la crónica de nuestra especie no es sólo la de su historia biológica, o la que se apoya en el desarrollo tecnológico, sino también la historia espiritual de las diferentes razas humanas. El análisis contrastado de los mitos confirma que éstos tienen un carácter unitario y universal, ya que motivos tan diversos como el robo del fuego, el diluvio, el nacimiento de la madre virgen, el héroe que resucita o el mundo de los muertos, aunque se encuentren esparcidos geográficamente bajo distintos ropajes, forman entre sí un único caleidoscopio.

Publicada entre 1959 y 1968, Las máscaras de Dios está dividida en cuatro volúmenes. El primero, dedicado a la Mitología primitiva, indaga los motivos mitológicos de las culturas prehistóricas a la luz de los descubrimientos arqueológicos, antropológicos y psicológicos más recientes. El segundo volumen, Mitología oriental, se ocupa de las religiones de Egipto, India, China y Japón. El tercero, Mitología occidental, es un estudio comparativo de los temas universales que subyacen en el arte, los cultos y los textos de la cultura europea. La obra se completa con Mitología creativa, que trata sobre la importancia que ha tenido la herencia mitológica en el mundo moderno y sobre el ser humano como creador de sus propias mitologías.

En esta nueva edición en castellano de Mitología primitiva, revisada por la Fundación Joseph Campbell en 2016, se han actualizado todos aquellos datos que los nuevos descubrimientos arqueológicos y antropológicos habían rectificado desde su primera publicación en 1959, con el fin de conservar toda su vigencia científica como libro de referencia.

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