2 minute read

Converger para evolucionar

Entre tantos papeles llamativos de lo que fue el trámite de la Ley 100 de 1993, hay uno que se conserva en el archivo del Senado y que, visto en perspectiva, tiene un gran valor simbólico. Es una proposición firmada por los entonces senadores Vera Grabe y Álvaro Uribe Vélez en la que solicitaban que los artistas y deportistas accedieran al sistema de seguridad social y al otorgamiento de las prestaciones de forma integral.

Advertisement

En 1993, Colombia no solo estrenaba Constitución, también estaba fresco el acuerdo de paz con el M-19, del que Vera Grabe había hecho parte. En un país urgido de optimismo, los acuerdos entre los representantes del establecimiento y de la antigua guerrilla mostraban que la convergencia de las distintas orillas era posible.

Ya en el Congreso, la Alianza Democrática M-19 no compartía los postulados del modelo de seguridad social que se gestaba en esos años. De hecho, proponía un sistema público bautizado con el acrónimo Sesana (Servicio de Salud Nacional). Aunque este no maduró, los exguerrilleros sí tuvieron la oportunidad de dejar su huella en algunos artículos de la Ley 100, como fue el caso de los redactados por Vera Grabe.

Universalidad, solidaridad y eficiencia

Hace 30 años, en Colombia existía un sistema compartimentado entre cientos de fondos de previsión, institutos, cajas de compensación y seguros privados, cada uno con sus propias reglas de juego.

De universalidad, solidaridad y eficiencia, poco y nada. El 18% de la población contaba con seguridad social, el 17% sacaba directamente del bolsillo los gastos de salud, el 40% dependía de la atención barata pero escasa de los hospitales públicos y una cuarta parte de la población quedaba literalmente desprotegida.

Con la Ley 100, el país comenzó a avanzar en los grandes vacíos que dejaba el sistema anterior. Primero, garantizar la protección financiera de toda la población, a fin de que la enfermedad no fuera causa de ruina económica de los hogares (universalidad); segundo, conseguir que todos aportaran según su capacidad económica y que recibieran según sus necesidades de salud (solidaridad); y tercero, evitar el desperdicio de los siempre limitados recursos de la salud (eficiencia).

El avance en los tres frentes es un hecho. Tres décadas después, el 99% de la población está asegurada; todos los ciudadanos, ricos o pobres, tienen derecho al mismo plan de beneficios; y en comparación con otros sistemas del mundo, se observa que el de Colombia hace mucho con relativamente poco. A modo de ejemplo, el gasto total en salud del país como porcentaje del PIB es de alrededor del 7,7%, mientras que el de Argentina o Brasil es del 9,5%. Sin embargo, en materia de salud, estos países suelen tener calificaciones más bajas que Colombia.

El desarrollo del sistema podría calificarse como una evolución gradual. A cada desafío le han sobrevenido soluciones puntuales que rara vez han puesto en riesgo los avances previos. Para citar algunos hitos, la Ley 1122 de 2007 estableció límites a la integración vertical entre EPS e IPS para evitar que las primeras favorecieran a sus propias clínicas. La Ley 1438 de 2011 creó el Instituto de Evaluación Tecnológica en Salud para que los medicamentos que entraran al mercado colombiano fueran costo-efectivos. La Ley 1753 de 2015 creó la Administradora de los Recursos del Sistema de Seguridad Social en Salud (Adres) para contar con una entidad que recaudara los dineros provenientes de distintas fuentes del sector. Ese mismo año, la Ley Estatutaria de Salud elevó la salud a derecho fundamental.

Hoy día, nadie lo discute, el sistema requiere estrategias más robustas de prevención de la enfermedad y equidad entre las ciudades y las zonas apartadas, para mencionar las dos más apremiantes. Si ese es un diagnóstico ampliamente aceptado, acabar con un modelo de aseguramiento que, pese a cientos de inconvenientes, ha conseguido altos niveles de universalidad, solidaridad y eficiencia no parece ser la solución correcta.

El trámite de la Ley 100 de 1993, como corresponde en una democracia, tuvo voces favorables y voces en contra. Pero produjo un sistema de salud valorado por la mayoría de los ciudadanos. La lección aprendida de aquel entonces fue que incluso las voces más opuestas pueden converger para evolucionar.

This article is from: