Octava Planta

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| DESTINOS > rincón solidario

Beatriz Ganso

¿Por qué sonríen?

Esta pregunta se la hizo mi prima de cinco años cuando vio a un niño en un documental de la televisión que no tenía cama, juguetes, comida, ni podía ir al cole, pero a pesar de todo jugaba con una lata rota y sonreía. Ella no lo entendía porque, aun teniendo todo eso, no sonreía siempre como lo hacía ese niño. Al igual que mi prima todos hemos visto esas imágenes y, al menos a mí, me hacen pensar en todas aquellas cosas que tengo y que nunca valoro, el poder haber tenido una educación de calidad, un futuro, el haber tenido la posibilidad de ir a jugar al parque, de correr, de no tener preocupaciones. Todos estos niños lo único que quieren es amor y educación, una familia que los quiera, unos sueños que no se vean destrozados. Su lugar está en las escuelas no en las calles. El 16 de abril se conmemora el día contra la esclavitud infantil en honor a un pequeño llamado Iqbal Masih, el cual, en el año 1996 fue asesinado por las mafias del negocio de alfombras en Pakistán con tan solo 12 años de edad. Simplemente porque decidió luchar contra la explotación infantil. Se calcula que en el mundo hay 400 millones de niños y niñas entre los 4 y 15 años esclavizados en trabajos peligrosos y denigrantes, niños que nunca conocerán lo que significa la Declaración de Derechos del Niño, el derecho a la dignidad, el desarrollo personal, social y psicológico, la educación o la felicidad. Todos sabemos qué es la trata de personas y lo que supone, pero al referirnos especialmente a los niños debemos hablar de “esclavos invisibles” que se ven engañados y forzados a vender su cuerpo o a ser humillados y vejados para poder comer. Por ejemplo, niñas que encuentran su “amor” a través de Internet, un señor con el que crean un vínculo de confianza y dependencia y que “sutilmente” las conduce hacia la prostitución, hacia el “sexo-servicio”, y las lleva ante una meretriz que las enseña las artes de ese mundo de perversión, pasando entonces a estar con 30 o 40 clientes cada día. Las primeras veces lloran, se resisten, luego ya se dejan hacer porque saben que si no consiguen el dinero y se lo envían al tratante este las pegará, y si intentan escapar aparecerán muertas. Otras son enviadas como “esclavas del hogar” simulando el cuento de Cenicienta. Son un bien propiedad de la señora, pero en este caso, su príncipe azul es un operativo policial que las libera del infierno que sufren. Los niños, normalmente, no son empleados para el tráfico sexual, pero cuando encuentran un niño débil, sometido a palizas constantes en su casa, también lo captan, pero en este caso los usan como trabajadores, vendiendo en las calles o buscando comida en los vertederos, haciendo todos aquellos empleos que nadie quiere. Normalmente los enganchan a la

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droga para que así les sea más difícil huir, y hagan cualquier cosa por dinero para comprar más. Todos estos niños sienten lo mismo, que nadie les quiere, que nadie ha confiado o ha luchado por ellos y por esto son blancos tan fáciles para los tratantes infantiles. Pero los niños no solo se ven afectados por mafias que los captan y obligan a realizar cuantas actividades humillantes podamos imaginar, sino también existen niños que aun teniendo una familia que los quiere, necesitan trabajar para poder sobrevivir, niños que tienen una responsabilidad añadida, el sustento de su familia. Estos niños están alejados de la educación y se exponen a los múltiples peligros de las calles, a abusos físicos, psíquicos y sexuales. Trabajan en la limpieza y mantenimiento de los cementerios, vendiendo por las calles o buscando materiales en los vertederos. Por ejemplo, en Managua se encuentra el basurero de “La Chureca”, en el cual cientos de familias viven alrededor del mismo para ser los primeros en encontrar y revender materiales (escavan de 10 a 12 horas en la basura para obtener 2 ó 3 dólares) Los niños, al ser más pequeños trabajan al lado de la maquinaría pesada y muchos de ellos llegan a ser aplastados y destrozados por las máquinas, hay tantos niños que las máquinas hacen un arriesgado ballet conduciendo a la muerte por una simple lata de aluminio. Además, se ven expuestos a numerosas enfermedades e infecciones, problemas respiratorios, retrasos en el crecimiento… Si les preguntas lo único que quieren es poder ir a la escuela para conseguir un futuro mejor, y muchos de ellos conjugan las largas y duras jornadas de trabajo con caminar kilómetros descalzos para poder ir a la escuela, porque saben que ahí está su futuro. ¿Qué pasaría si a un niño de un país desarrollado le dijésemos que tiene que andar 5 kilómetros descalzo para ir a la escuela todos los días?, ¿o que su balón de fútbol va a ser una lata rota? Deberíamos ser conscientes de todas estas situaciones, denunciarlas, intentar ayudarlos, porque todos los niños tienen derecho a ser felices, a poder desarrollarse libremente. Deberíamos pensar formas de ayudar, no sólo a través de ONGs, sino consumiendo productos de comercio justo, yéndonos de voluntarios para construir escuelas o canales de agua allí donde hagan falta. Intentar presionar a los Gobiernos y a la Comunidad Internacional para que erradiquen estas situaciones, y no se vean simplemente como la lacra de un país. Se han de eliminar todos aquellos vacíos legales existentes

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